El conflicto
No es fácil adivinar
cómo será Cataluña dentro de unos años. Hay una cosa cierta: después de los
hechos de septiembre y octubre de 2017, España ya no volverá a ser lo que fue.
Después de la durísima represión del uno de octubre y de las humillaciones
deliberadas del Estado hacia Cataluña los meses previos y los posteriores, se
produjo una ruptura emocional que acabó para siempre con la posibilidad de que
un número importante de catalanes (hoy, la mitad de los ciudadanos de Cataluña)
vuelvan a sentirse españoles. Y hemos de presumir que otra parte significativa,
los que quieren seguir formando parte de España —pero que se sienten también
catalanes—, no vieran con buenos ojos como se apaleaba a sus conciudadanos partidarios
de la independencia. Hay muchos catalanes que, sin ser independentistas, demandan
también otro trato para Cataluña. Así, con distintos grados, pues Cataluña es
muy diversa, son muchos los ciudadanos que están convencidos que la relación Cataluña-España
debe cambiar.
El Estado
español ha apostado por la fuerza, por la imposición. Y ha reconocido que está
dispuesto a pagar el alto precio que representa sujetar a Cataluña, aunque ello
represente degradar la democracia. Los catalanes, lejos de amilanarse, se han
puesto en pie. Ahora ya no se trata sólo de impulsar la independencia, sino de defender
la democracia. Los derechos civiles y las libertades están amenazadas, como se
ha podido comprobar en las amenazas y las detenciones arbitrarias que en
algunos casos han acabado en penas de prisión. De ahora en adelante, después de
esta brutal acometida, el Estado español tendrá en contra a una de sus
“regiones” más ricas, más prósperas, más dinámicas (sino la más). ¿Cómo se
puede construir un país con más dos millones de ciudadanos, entre los más
preparados y motivados, yendo a la contra y soñando con formalizar una
República? ¿Alguien se imagina a un empresario encauzando su proyecto con una
parte importante de la plantilla en contra, por ejemplo? ¿Adónde va así? Todos
sabemos que a ningún sitio.
El Estado
español, con su política autoritaria del ordeno y mando, ha apostado por la
imposición en lugar del diálogo, renunciando a la negociación, a seducir a los
ciudadanos de Cataluña convenciéndoles con un proyecto para seguir en España, buscando
la manera de satisfacer sus legítimas reivindicaciones por la vía de la mano
tendida, de las concesiones, sin renunciar a la astucia que se le supone a un
estadista de altura para contentar a todas las partes, sin lesionar los
intereses de nadie. Eso era perfectamente posible. Pero la mediocridad de
nuestros políticos, su incapacidad para hacer política inteligente, los ha enrocado
en una actitud cerril, inmovilista, que ha acabado dejando la política en manos
de los jueces. ¿Qué proyecto se le ha propuesto a Cataluña desde el Estado
central para seducirla? Ninguno.
Democracia, esta es la cuestión
Pero a las
gentes que hoy colonizan el aparato del Estado esto no les importa: “Los
someteremos a la fuerza”, piensan. Se equivocan. La democracia se acabará
imponiendo. Porque el meollo del asunto de lo que está ocurriendo no es tanto el
separatismo, ni el nacionalismo catalán, sino la incapacidad de respetar las
ideas ajenas. El problema de fondo tiene que ver con la democracia; con una
concepción de la vida, de los valores y de las actitudes que las élites que hoy
están en el poder en España —y que por cierto siempre han estado, por eso se
les llama franquistas—, no comparten. Se abre una brecha cada vez más grande
entre las élites conservadoras en el poder y los ciudadanos. El juicio de “la
manada” ilustra bien la distancia entre los valores del stablishment y una parte significativa de la opinión pública. Nos
encontramos ante una revuelta masiva de las mujeres —pero, ojo, también de
muchos hombres— que están perplejos ante la ideología machista de legisladores
y jueces, de un código penal obsoleto. Los jueces, a su vez, se muestran desconcertados
por esta oleada de indignación, delatando así su incapacidad para conectar con
los valores de la sociedad actual. Lo mismo ocurre con los presos políticos;
muchos ciudadanos son abiertamente contrarios a la independencia de Cataluña,
pero eso no quiere decir que compartan la arbitrariedad de los jueces que
mantienen en prisión a ciudadanos pacíficos imputándoles delitos que no han
cometido, y sometiéndoles a una larga e injusta pena de prisión, sin condena
previa y sin respetar la preceptiva presunción de inocencia. Hoy, el mundo
democrático es un clamor contra esta injusticia. Los propios jueces europeos no
se han atrevido a respaldar a sus colegas españoles, con lo que el descrédito
de nuestras instituciones crece cada día. Y son muchos los que empiezan a
señalar a España como un país que se desliza cuesta abajo en los principios
democráticos, en una progresiva y creciente vulneración de los derechos
civiles. Véase un reciente artículo del prestigioso NYT, nada menos, sobre esta
cuestión.
Insisto; España
no podrá imponer por la fuerza la permanencia de Cataluña dentro del Estado
español, obligándola a acatar un sistema legal que considera injusto y que
repudia una mayoría de los catalanes. El camino que se impondrá será el
democrático, es decir: aquel que busque la convivencia entre las distintas naciones
de España a través de la seducción, del trato entre iguales, del respeto mutuo,
de la restauración de la fraternidad. Esto implica, previamente, el
reconocimiento de la realidad plurinacional del Estado. Ahora estamos muy lejos
de eso, pero se acabará aceptando. En mi opinión, la sociedad española está
preparada para asumir este hecho. Pero, una vez más, el Estado —el viejo Estado
autoritario e intransigente— se niega a aceptarlo. Este es el camino que se ha
cerrado precisamente ahora, como consecuencia de las formas antidemocráticas de
las derechas españolas hoy en el poder. Una derecha que ha dejado de tener el
contrapeso opositor del Partido Socialista, que ha abandonado su tradicional
concepción federal y plurinacional de España, y que se ha aliado con ella en
este embate ultranacionalista. Hay razones que explican esta actitud: el PSOE
busca un rédito electoral apoyando al nacionalismo español y, sobre todo, se
protege de su connivencia con el PP en asuntos de corrupción durante lo que se
ha dado en llamar el Régimen del 78, haciendo piña con la derecha para
neutralizar la acción de la justicia y el previsible castigo de la opinión
pública.
Imponer en lugar de seducir
Esta es la
clave para entender porqué el Estado español ha implosionado. Esto ha sido
fatal. Pues este desequilibrio está en la base del resurgimiento de un
nacionalismo español furibundo, que ve en los legítimos anhelos de muchos
catalanes una odiosa maniobra contra la unidad de la patria y los sagrados
principios de la nación española. Así pues, con tal de eliminar el riesgo de
una secesión en Cataluña, los partidos que han conformado el bipartidismo
durante los años de la democracia, tradicionalmente mayoritarios, han atizado a
la bestia negra del nacionalismo españolista radical—de claros orígenes
fascistas (franquistas), de infausta memoria en nuestro país— contra Cataluña,
con una brutalidad que causa verdadero estupor, y que está en la base de una
desafección traumática que durará generaciones. Pagarán caro este desaguisado,
pues cuando las aguas vuelvan a su cauce, no sólo los catalanes, sino muchos
españoles se avergonzarán de lo que aquí ha pasado. Y sentará las bases para
justificar moralmente el derecho a decidir de los catalanes, una vez se imponga
la previsible reconciliación. Y cabe suponer que este derecho a decidir se
decantará hacia la elección de un Estado independiente, pues después de lo que
ha pasado muchos catalanes tienen ahora la certeza de que España no los quiere,
que existe un movimiento de odio contra Cataluña y que, dado el caso, las fuerzas armadas son perfectamente
capaces de volverse contra los propios catalanes, pues lo han tratado como a un
pueblo extranjero, en los hechos infaustos del uno de octubre. Este, estoy
seguro, es uno de los hechos más dolorosos de todo lo que ha pasado. Así, se ha
producido una terrible paradoja; frente a la propaganda del Estado que acusa a
los “separatistas” de desafectos, el propio Estado español es el que, con su
brutal intervención en Cataluña, ha demostrado que no nos quiere y nos trata
como una tierra invadida, convirtiendo en ciertos los argumentos que ellos
mismos atribuyen a los independentistas. El Gobierno no debió lanzar nunca a la
Policía Nacional y a la Guardia Civil contra gente pacífica. A parte de una
ignominia miserable es, también, un tremendo error. Con esta estrategia
deplorable, terrible, el gobierno del PP ha enemistado al pueblo catalán con
las fuerzas armadas, que ahora sienten hacia ellas una desafección parecida a
la que siente una víctima hacia su violador. Esto es tremendo, pues todo el
prestigio que estos cuerpos se habían ganado durante treinta años de
democracia, se ha perdido de golpe en las infaustas jornadas de represión del
uno de octubre. Las fuerzas de seguridad creen ahora que su enemigo son los independentistas
catalanes, pero la realidad es que su peor enemigo ha sido el propio Estado, a
través de un Gobierno irresponsable: ¡En dónde se ha visto que un país
civilizado lance sus fuerzas armadas contra su propio pueblo! Estoy seguro que el
Gobierno Rajoy, tarde o temprano, pagará muy cara su irresponsabilidad
criminal. Igualmente miserable es humillación de los Mossos por parte del
Estado, en el que subyace la mezquina estrategia de socavar el prestigio de un
excelente y eficiente cuerpo policial, por el hecho de serlo, en una zafia
maniobra para evitar que le haga sombra a los “cuerpos nacionales”.
La confrontación
Hay una
confrontación. Es evidente que existen dos posiciones irreconciliables, una
polarización entre independentistas y españolistas. Es una situación
reduccionista, pues borra los contornos de una sociedad llena de matices,
desdibuja el colorido de una Cataluña muy rica en su diversidad: las posiciones
moderadas, las sutilezas, los matices se desdibujan a favor de la confrontación
entre dos bandos que parece que vivan en mundos distintos, hasta tal punto ven
las cosas de manera diferente. Y la tensión entre ambos bandos crece, el
fantasma del odio aparece entre las brumas de la incomprensión. Este es el
drama.
Las posiciones
intermedias tienen a hora la sordina puesta. Los sentimientos, las reacciones
emocionales, se imponen sobre la frialdad de la razón, una razón necesaria para
acometer el pacto que ineludiblemente deberá llegar. Atiza esta situación una
mayoría parlamentaria española que se caracteriza por la intransigencia. Hay
fundadas sospechas de que el Partido Popular, a través de sus ideólogos, de sus
think tanks, de sus foros, vienen
impulsando desde hace años una recentralización y españolización, en una clara
“declaración de guerra” a las comunidades históricas. La emergencia de
Ciudadanos, un partido que ha nacido para españolizar a Cataluña, populista,
con un sesgo que nos recuerda el Lerrouxismo del siglo pasado y también el
“buenismo impostor” del falangismo de los años treinta. Este ha sido el
reactivo para la aparición del soberanismo en Cataluña. La decantación del
Partido Socialista hacia las posiciones ultranacionalistas del Estado ha roto
el equilibrio y decantado la situación hacia la grave confrontación en la que
nos encontramos.
Es previsible
que la derecha conservadora siga gobernando en España. Y todo indica que la
derecha populista que representa Ciudadanos gane las próximas elecciones. El
reactivo ultra españolista está en marcha. Tenemos confrontación para rato.
España degradará progresivamente su democracia, reprimiendo las aspiraciones de
Cataluña. Y Cataluña persistirá en su lucha por la emancipación. Es previsible
que entre más gente en la cárcel, que se agudice el conflicto. Tarde o
temprano, en un país ingobernable, con su principal economía en pie de guerra,
se impondrá la negociación. En mi opinión, la solución pasará por satisfacer
los anhelos de los catalanes sin perjudicar a los españoles; lo que implica
disimular la independencia de Cataluña, que se producirá de facto, como una
nueva relación de interdependencia entre Cataluña, España y Europa.
La cuestión económica
Hay otras
cuestiones de fondo más allá de las emocionales para explicar cómo se ha
llegado hasta aquí: la rivalidad en el terreno económico. El poder central
siempre ha visto con recelo la voluntad de poder catalana, su extraordinario
empuje industrial, su capacidad de trabajo e iniciativa privada. Cataluña
intenta emerger como un poder económico con libertad y autonomía frente a
Madrid. Por el contrario, las élites funcionariales de la “corte” tienen desde
siempre una vocación extractiva, y ven en Cataluña, como en otras regiones de
España, las locomotoras de un desarrollo y las generadoras de una riqueza que ellos
desean administrar y distribuir. Siempre fue así. En consecuencia, lo que está
ocurriendo en Cataluña puede verse como un conflicto en el seno de esta lucha
económica. Por una parte, una élite extractiva —la de siempre— que defiende un
modelo radial de España y que ahora fuerza una recentralización; y por otra,
una España liberal, descentralizada, de polos de desarrollo periféricos —eje
mediterráneo: Cataluña-Valencia-Baleares; y eje del norte: Euskadi-Navarra-La
Rioja, por ejemplo—, que desea obtener una mayor emancipación. Esta cuestión
económica, de la que se habla poco fuera del manido déficit fiscal, no es una
cuestión menor en lo que está sucediendo. Y es determinante para entrever lo
que será Cataluña en el futuro. Se argumenta que la secesión de Cataluña sería
un desastre, pues saldría de la Unión Europea. Nada más lejos de la realidad,
pura propaganda. Cataluña tiene una fortísima vocación europea y no la
abandonará por su independencia. La prueba más firme de lo que digo es que, en
el fondo, a lo largo de esta crisis quién más ha confiado en la UE ha sido Cataluña,
que ha fiado la resolución de su conflicto a Europa, en una campaña de
internacionalización del conflicto con procesos en sus tribunales
internacionales, exiliados, etc. Para Cataluña todo este proceso es impensable
sin el anclaje en Europa. Y España, aunque europeísta y disciplinada en el seno
de UE, recela de Europa, pues en el fondo nunca se fio de las ideas liberales
que inspira y que ahora percibe como una amenaza contra su arbitraria
intervención de Cataluña.
¿Cataluña independiente?
Y todo esto nos
permite abordar una cuestión que genera un enorme malentendido: ¿qué se quiere
decir cuando se habla de una Cataluña independiente? ¿entiende todo el mundo lo
mismo? Los nacionalistas españoles responden furibundos que la unidad de la
patria es indisoluble, y amenazan con los sables. Imaginan una patria amputada,
con un muro divisorio en la frontera catalana. Pero pocos de estos furibundos
ultranacionalistas saben que el Estado español ya hace tiempo que ha iniciado
una operación de cesión de soberanía a la UE. Como debe ser. Esta cesión de
soberanía implica que España ya no decide sola en temas esenciales, como la
política monetaria, etc. Ese es el camino. Estamos en un proceso de creación de
un Estado supranacional. Y dentro de este gran Estado europeo la España radial,
por ejemplo, no cabe. Las interconexiones económicas y de otra índole se
realizarán de otra manera, con otras prioridades y seguramente con mayor eficiencia.
Lo mismo ocurrirá para las interconexiones culturales, para los
reposicionamientos de identidades; en este contexto cabe interpretar “la
independencia” de Cataluña. Este es el reto. Cataluña quiere reubicarse dentro
del nuevo contexto europeo de una forma diferente a cómo lo ha estado hasta
ahora dentro del viejo Estado español: consiguiendo el respeto a su identidad y
encontrando nuevos ámbitos en los que desarrollar plenamente sus inquietudes
económicas, políticas, sociales y culturales. Hay un tremendo potencial en la
sociedad catalana. Y es bien cierto que ahora no se puede desarrollar
plenamente. También es bien cierto que existe una amplia base social
cohesionada para ver cumplida esta ilusión. Y nadie podrá frenarla. Antes o
después eclosionará y se realizará con plenitud.
Solidaridad catalana
Lo que Cataluña
pretende es gestionar su presupuesto. Uno de los temas más mezquinos que se han
esgrimido es el de la supuesta falta de solidaridad de Cataluña, de su egoísmo
hacia el resto de España. No es cierto; es pura propaganda. Cataluña es
solidaria y quiere seguir siéndolo. Este es un falso debate que busca
desprestigiar una reclamación legítima: el de un mayor equilibrio fiscal. Es
más, sostengo que una futura Cataluña independiente será igualmente solidaria
con España, en el marco de la UE.
Monarquía o república
Otra cuestión
de gran importancia que ha eclosionado con fuerza durante este conflicto es el
de la forma del Estado. El rey Felipe VI cometió un grave error en su discurso
del 3 de octubre perdiendo su tradicional imparcialidad y posicionándose contra
los catalanes, y avalando la brutal agresión contra la población indefensa y
pacífica. Esto le costará la monarquía, no sólo la corona. Tiempo al tiempo.
Los catalanes hirvieron de indignación ese 5 de octubre; en Barcelona, el ruido
ensordecedor de la cacerolada de ese día seguirá resonando en los anales de la
historia. Con ese discurso, el borbón perdió la credibilidad y el apoyo que
pudiera tener entre los catalanes. Los borbones no tienen precisamente un
historial prestigioso. Si con la restauración de la democracia y la acción de
Juan Carlos I defendiéndola frente al golpe de estado del 23 F, parecía que la
monarquía se consolidaba en España, con las noticias que se han ido conociendo
en los últimos años el prestigio de la monarquía se ha venido abajo. Los
ciudadanos van conociendo poco a poco, pues el Estado y la prensa lo han
escondido a la ciudadanía, que el rey Juan Carlos amasó una enorme fortuna a
base de cobrar comisiones en las compras del Estado, por ejemplo, de petróleo a
las monarquías del Golfo. Así, el corrupto enriquecimiento del rey y otros
miembros de la familia real, han acabado definitivamente con el crédito que
tenían. Sólo faltaba lo de Cataluña, donde impera desde siempre una tradición
republicana, para echar por la borda la última esperanza de salvar la monarquía
borbónica. Estoy convencido que el futuro de Cataluña, pero también el de
España, pasa por la abolición de esta institución obsoleta, que no ha sido
votada por el pueblo, y veremos la instauración definitiva de la república, la
forma de Estado democrática por excelencia.
La cuestión de la lengua
¡ay, aquí está
una de las cuestiones esenciales de todo este embrollo! La lengua es el signo
más objetivo de la existencia de una nación. El catalán, esa bestia a batir por
los ultranacionalistas… ¿Por qué el catalán genera tanto odio a sus
detractores? Seguramente por que la identifican con la resistencia irredenta de
los catalanes a españolizarse. Sí, es triste, pero a una parte nada desdeñable
de los españoles le cuesta aceptar que los catalanes tienen una identidad
catalana y una lengua propia. Lo ven como una disfunción, como el empeño impertinente
de no aceptar la “verdad” de que son españoles. Esa persistencia en mantener
una lengua que consideran residual es un insulto a la razón, consideran; no
puede haber otro motivo que la provocación, la persistencia de una rebeldía
para joder la marrana. “El español es una lengua hablada en todo el mundo”,
dicen; “¿A qué viene enseñar el catalán en la escuela en preeminencia sobre el
español? Está bien hablar el catalán en casa, en la calle… ¡pero en la escuela!
¡es un anacronismo!” esgrimen. “¡Pero es nuestra lengua, ¿no lo entendéis?!” se
desgañitan los otros. Los ataques al sistema de inmersión lingüística en Cataluña
están en el epicentro de la gravísima crisis actual. Para los que vivís fuera
de Cataluña, debéis saber que este sistema funciona perfectamente, contra lo
que dice la propaganda ultra. La comunidad catalana ha funcionado con este
sistema durante décadas con una armonía total, sin el menor problema. Nuestros
hijos son bilingües, hablan el catalán y el castellano sin más. Cataluña es una
tierra de acogida, los numerosos inmigrantes de las más diversas procedencias
que han llegado, se han adaptado sin el menor problema. Pero hay poderosos
intereses obsesionados con tirar todo esto por la borda. Se ha hecho un daño
inmenso. Se han intentado verdaderas barbaridades para desmantelar el sistema,
recurriendo al juego sucio, a las trampas, a las mentiras, y ahora a las falsas
denuncias. Pero a pesar de todo ello, Cataluña seguirá siendo bilingüe, su
lengua continuará protegida y el catalán continuará siendo la lengua vehicular
en la escuela. Hay una imagen falsa en España respecto al uso del castellano en
Cataluña: se dice que está en retroceso. Se habla del poco respeto por el
castellano en Cataluña y del acoso al que se somete a los que lo hablan. Es
rotundamente falso. Las declaraciones recientes del ministro Rafael Catalá, por
ejemplo, son infames; rotundamente falsas, y él lo sabe. En una situación
hipersensible, echa gasolina al fuego. Por eso es un miserable. Los españoles
del resto del Estado deben saber que en Cataluña se habla sobre todo el
castellano, que predomina sobre el catalán. El catalán, a pesar de lo mucho que
ha progresado, sigue siendo la lengua frágil. Todos los que vivimos aquí lo
sabemos perfectamente. También es rotundamente falso el que los catalanes nos
neguemos a hablar en castellano con aquellos que nos interpelan en esta lengua.
No es así. Nunca ha habido conflicto en este asunto y los que afirman que no es
así, mienten, manipulan zafiamente la situación, dando a entender que este
asunto rompe la convivencia en nuestra tierra. Cataluña es una tierra de
acogida. Siempre lo ha sido. Los que dicen lo contrario, hablan desde un
resentimiento difícil de entender.
El
procés
La mayoría
parlamentaria independentista del Parlament
y el President que salga investido y
su Govern deberán encontrar una nueva
estrategia para avanzar en los anhelos del pueblo de Cataluña. El proceso que
hoy está en marcha no es el fruto del capricho de cuatro políticos radicales
que manipulan la situación, sino el efecto de una activa mayoría social muy
transversal, que empuja a sus lideres hacia la emancipación nacional. Cualquier
ciudadano que viva en Cataluña puede constatar este hecho fácilmente. Ahora
bien, el proceso aún no es lo suficientemente potente como para iniciar un
proceso unilateral de independencia. No tiene todavía suficiente masa social.
Es aún una mayoría dudosa. Ahí radica uno de los problemas fundamentales del procés, que le ha restado legitimidad y
que ha supuesto el gran error aún no reconocido por los independentistas y que
ha abocado a la proclamación ficticia de la República y la consiguiente
frustración de mucha gente. Yo creo que tarde o temprano los líderes catalanes
harán autocrítica y reconocerán los errores, fruto de la precipitación, de una
excesiva impaciencia y, digámoslo claramente, de una mezcla de rabia, de
impotencia, ante la intransigencia del Estado a dialogar y de incontenible ilusión
empujada por la coercitiva presión de una ciudadanía cegada por llegar cuanto
antes al objetivo. En consecuencia, los independentistas deberán trabajar para
ampliar la base social del independentismo, dotándose de una mayor legitimidad
para emprender el gran paso. Y eso sólo se conseguirá si convence a muchos
ciudadanos, hoy escépticos, de las virtudes de una Cataluña emancipada, explicando
bien los pros y los contras de esta aventura, sin engaños, explicando a los
ciudadanos qué arriesgan y qué ganarán con todo esto. Otra forma de ampliar
esta base es la de convencer a ciudadanos suspicaces que el castellano
continuará siendo, como hasta ahora, una lengua oficial de Cataluña, respetada,
querida y protegida como propia de los catalanes. Esto es fundamental. Sostengo
que sin convencer a todos los catalanes que ambas lenguas serán protegidas y
estimadas como propias, será imposible conseguir la tan anhelada mayoría social
independentista por encima del 50%.
Artículo 155
Uno de los
hechos que más han humillado a Cataluña ha sido la aplicación del polémico
artículo 155 de La Constitución. Todos los españoles, no solamente los
catalanes, hemos podido comprobar, con estupor, como se desmantela una
autonomía en 24 horas. De la noche a la mañana, los ciudadanos de este país,
constatamos estupefactos que el estado autonómico es un paripé que devuelve al Estado
central todos los poderes, si las cosas no van como a él le gustan. En un abrir
y cerrar de ojos, el engaño por fin se ha desvelado en toda su crudeza. Con la
aplicación del 155 hemos verificado las debilidades de una Constitución que
ahora comprobamos que no instauró un Estado autonómico sólido, sino un
simulacro con un mecanismo para recuperar ipso facto el poder en caso de
alarma. Una Constitución que se redactó en la frágil situación de una
democracia que nacía bajo la amenazante mirada del poder franquista. Y así, ese
fatídico día 27 de octubre en que el Gobierno Rajoy intervino la Generalitat,
los catalanes pudimos asistir al triste espectáculo de ver como un gobierno,
que tiene una representación residual en el parlamento de Cataluña,
desmantelaba con furor vengativo años de labor de las instituciones elegidas
por el pueblo de Cataluña. ¡Que tremenda desilusión! ¡Cómo volver a convencer a
los catalanes de las bondades de retornar al autonomismo!
¿Cómo piensan
que se sienten los catalanes al ver que sus instituciones son pisoteadas,
desmantelados algunos de sus departamentos, despedidos fulminantemente algunos
empleados y sometidos los funcionarios a la humillación de acatar por la fuerza
una obediencia que no comparten? ¿Alguien se ha parado a pensar en el rencor
que genera todo esto? El Partido Socialista de Cataluña habla de
reconciliación, de cerrar las heridas… ¡qué cinismo! ¿Esta es la manera de
cerrar las heridas, entrando a saco en las instituciones catalanas en lo que se
puede considerar una ocupación en toda regla, mientras se mantiene a los
adversarios políticos en la cárcel, en condiciones indignas y humillantes,
lejos de sus familias?
Reitero estos
argumentos, no tanto para hurgar en la herida, sino para demostrar que nos
hemos adentrado en un camino sin retorno, que el empeño de los unionistas de
continuar con el autonomismo ya no es una opción realista.
Los catalanes unionistas
Por otra parte,
los derechos de estos ciudadanos deben ser respetados: no se les puede imponer
antidemocráticamente la República. Deberá revertirse la confrontación y buscar
un nuevo escenario en el que se dé una lucha pacífica y leal, en el que cada
bando aporte argumentos para convencer a los ciudadanos de sus proyectos
respectivos. No vale encarcelar al adversario, minándolo con el abuso del poder
que se detenta. Y, al final, aceptar un referéndum. Y acatar el resultado. No
es aceptable esgrimir el acatamiento de la ley, de la Constitución, cuando en
2010 el Tribunal Constitucional rompió el pacto constitucional de 1978
laminando el Estatut aprobado por el pueblo de Cataluña. Pero tampoco es
aceptable conducir atados por el morro a los unionistas hacia la República. Es
una imposición inaceptable. Los españolistas tienen razón cuando esgrimen que
una mayoría de escaños no implica una mayoría social y que, en esas
condiciones, fue antidemocrático aprobar la llamada ley de desconexión antes incluso de conocer los resultados
del referéndum del uno de octubre.
Diálogo y mediación
Hoy he leído en
la prensa que Rajoy quiere negociar con Cataluña tan pronto como haya Govern. ¿Es creíble este mensaje? Yo
creo que no, si tenemos en cuenta el camino recorrido. Son muchos los que
pensarán que vuelve a ser una invitación vacua, tramposa, que sigue la
estrategia del cinismo que caracteriza al presidente del Gobierno más nefasto,
me atrevo a decir más peligroso, que ha tenido España desde el final de la
dictadura franquista. Por la misma razón, no parece probable, en el actual
estado de crispación de las partes, que el President
investido esté dispuesto a establecer un diálogo sin condiciones con el Estado
que vaya más allá de un dialogo de sordos. La mediación internacional se impone.
La UE debe ayudar, tiene el deber moral de implicarse, mostrando que poco a
poco se gana la autoridad necesaria para convertirse en el Estado supranacional
en el que confiemos todos los europeos. Por decirlo de otra manera, con el
conflicto catalán, la Unión Europea tiene la oportunidad de demostrarle a los
ciudadanos europeos que está madura para liderar el continente, implicándose en
la resolución de los conflictos planteados y ganándose el prestigio y la
confianza para custodiar la soberanía de todos. Sólo así ira consolidando el
nuevo supraestado de todos los europeos. Intentando vislumbrar ese futuro, yo
auguro que esa mediación se producirá, pues España será impotente para
imponerse por la fuerza en Cataluña; a su vez, Cataluña, no podrá hacer efectiva
una República con la sola fuerza de su gente. Necesita complicidades, necesita
adhesiones. Y parece lógico pensar que esos cómplices externos de unos y de
otros, intermediaran por conseguir un acuerdo que satisfaga a ambas partes.
Nadie ganará, pero tampoco nadie perderá. Ni nadie estará enteramente
satisfecho. Pero en ese proceso, España habrá madurado en su respeto hacia Cataluña;
y las instituciones catalanas deberán buscar la manera de encajar sus planes de
autodeterminación en el gran puzle europeo.
Conclusión
El conflicto
entre Cataluña y España entrará en una fase larga de confrontación, pues todo
apunta a que la situación no estará madura, a corto plazo, para avanzar hacia
la distensión. La distensión vendrá cuando se restablezca el respeto mutuo
entre las partes. Es previsible pensar que PP y Ciudadanos estarán en el poder
en los próximos años. Mientras sea así, habrá confrontación. A mi entender,
sólo la llegada de gobiernos liberales, de mayorías progresistas en las Cortes,
propiciarán una negociación que será mediada por un organismo internacional,
previsiblemente la UE. No veo una solución al conflicto antes de diez años por
lo menos. No se producirá una ruptura unilateral, no habrán más DUI; será un
acuerdo consensuado entre las partes. Habrá un referéndum; ambas partes tendrán
que luchar arduamente para ganarlo, y sigo pensando que los unionistas tienen
enormes posibilidades de ganarlo. El juego limpio, la buena lid democrática,
les favorecerá; dentro de Cataluña, en Europa y el mundo. Mantengo que la
cuestión de la(s) lengua(s) es esencial. Si Cataluña quiere ganar su
independencia, deberá asumir que el castellano es una lengua de Cataluña. Si
no, no arrastrará a la masa social que necesita para el sí. El artículo 155 no
se debería volver a aplicar. Lo cual no quiere decir que no vuelva a serlo. Si
así ocurriera, perjudicará gravemente los intereses de una España unida y
favorecerá a la fábrica de independentistas. Lo mismo puede decirse de la
aplicación de la violencia del Estado sobre una revuelta que es pacífica y
democrática; es una mala táctica, que favorecerá los intereses de una República
Catalana, legitimándola moralmente. El procés no afectará a la prosperidad
económica de Cataluña, como no ha afectado hasta ahora, por mucho que la
propaganda estatal intente hacer creer lo contrario. Los jueces no pueden
decidir por encima de la voluntad popular, que es la que detenta la soberanía.
Esta es una grave disfunción, y es una de las razones principales del
conflicto. En unos años veremos a jueces como Llarena o Lamela severamente
reprendidos por los tribunales internacionales. La clase dirigente española
tiene un grave problema de adaptación a los tiempos; es corrupta, retrógrada,
anticuada, anclada en los vicios del pasado, incapaz de sintonizar con los
valores de la sociedad del siglo XXI. Es previsible el advenimiento de una nueva
generación de políticos, mejor formados, más cosmopolitas, con mejores reflejos
democráticos, que posibilitarán un entendimiento entre España y Cataluña. La
solución del problema, la convivencia entre las distintas comunidades
españolas, depende de un concepto tan sencillo como el siguiente: seducir, no
imponer. Las comunidades, como las personas, se juntan cuando entra en juego la
seducción. Ello implica un trato entre iguales, un respeto mutuo. España es un
Estado plurinacional, es un hecho. Hay que abrir un debate sereno sobre este
tema; los españoles, a los que la derecha ha tratado como si fueran menores de
edad, están perfectamente maduros para abordar este debate. Se habla de adoctrinamiento:
adoctrinamiento es explicarles a los niños que España no es un Estado
plurinacional. No seamos cínicos. Hay que tratar a los ciudadanos como seres
maduros, libres y, por tanto, con capacidad crítica. Este debate se producirá,
y facilitará las cosas.
La monarquía en
España se abolirá. Es una institución obsoleta. Y ahora sabemos que corrupta.
Cataluña lucha por su república, pero arrastrará fraternalmente a España en
este asunto. Veremos resurgir con fuerza el viejo republicanismo, ahora
latente, pero tan arraigado en la historia de España.
Auguro que la
independencia de Cataluña se producirá una vez consolidado el Estado europeo.
De esta manera no se verá como una secesión respecto a España, un tema
traumático en la mente de mucha gente. Es más, la lucha por la independencia de
Cataluña entroncará —junto con otros muchos reposicionamientos europeos— con la
necesaria configuración de la nueva Unión Europea, una UE que no sea el club de
mercaderes que es ahora, sino la Europa de los ciudadanos que todos deseamos.