“Don Mariano, la manifestación en Bruselas ha sido un éxito,
lo lamento”, suena una voz lacónica y metálica al otro lado de la línea. Don
Mariano cuelga el teléfono en la Moncloa. Un tic casi imperceptible delata su
incomodidad por la noticia. Según la policía belga, unas 45.000 personas se han
concentrado en el centro de la capital de Bélgica, hoy capital de Catalunya. Todos
los noticiarios del mediodía abren con la noticia. Europa perpleja empieza a
suponer que quizás sí que algo no acaba de funcionar en España. ¡Carallo,
estamos ben fodidos con isos catalanes!, espeta el Presidente.
—Don Mariano, la vicepresidenta doña Soraya al teléfono —suena
la voz de la secretaria en el dictáfono.
—Pásemela —consigna el Presidente
—Presidente… ¡la madre que los parió! Y ahora que hacemos…
—Bien…, eso, Soraya… son cosas que pasan. Hilillos que se
forman y acabarán por disolverse. Sí, sí… Oye, Soraya, habla con TVE; ¿Tenemos
alguna cosilla entretenida para pasarles a los españoles? Ya sabes… Esto, llama a
la Junta Electoral y diles que censuren la noticia: conculca los tiempos
asignados a cada formación.
—Que no cuela Mariano, que hoy en día todo el mundo lleva esos malditos chismes
y se enteran de todo por el tuiter,
el guatsap y el feisbuc. Tenemos al personal soliviantado, están que trinan.
Cospedal se ha vestido de capitán general y ensaya proclamas ante el espejo.
—Tranquila, Soraya. Lo mejor es dejar pasar el tiempo. Mantenerse agazapados, sin decir ni pío. Mutis por la audiencia.
—Mariano, tu siempre con la estrategia de la tortuga
escondiendo la cabeza bajo el caparazón esperando que amaine la tormenta. Que no
cuela, mira el lío que se ha montado. ¡A mala hora no nos sentamos a hablar
en su momento con el Pucdemon!¡Mira el follón que nos han montado ahora!¡Qué
nos hunden el país, Mariano!
—Sorayita, que este no traga con cualquier cosa. Ya sabes
que estos separatistas son muy duros de mollera.
—¡Mariano, Mariano! …cuelgo un momento, que me llama por la
otra línea el Marqués de Montevelludo…
—¿¡Don Gaspar!?
—Sí, te vuelvo a llamar en un segundo.
La Moncloa es ahora un hervidero de teléfonos sonando. Parece
un espectáculo de feria. El Presidente pasea arriba y abajo apenas desperezándose
de su flema. Se atusa la barba. Encoge los brazos junto al cuerpo y da cuatro o
cinco rápidos saltitos, rodillas bien altas, como si se dispusiera a correr los
cien metros libres o, quizás, simplemente rememora su footing madrugador. Una
nueva estridencia resuena en la oficina presidencial. Es la voz de la
secretaria que anuncia al presidente Juncker.
—El Presidente de la Comisión al aparato, Presidente.
—No, no, Ketty. Ahora no. ¡Sólo me falta que este!
Ya me lo decía mi padre, piensa el Presidente; cuanto menos
te lo esperas, saltan estos catalanes y te montan la de dios es cristo. ¡Y cuanta
razón llevaba, carallo! Esto ya no hay quien lo pare, como los separatistas
consigan su propósito, me cortan los huevos.
—Presidente, doña Soraya de nuevo. ¿Le paso? —inquiere
Ketty.
—Sí, sí, pásamela —dice Rajoy recuperando la compostura.
—¿Mariano?
—Sí, dime, dime…
—¡No veas la que me ha montado don Gaspar! Quieren ir en
procesión hasta Bruselas… Montar una romería españolista, para protestar por la
manifestación de los separatistas y sentar ante Europa con meridiana claridad
que España es Una, Grande y Libre además de totalmente indivisible. Parece que
cuenta con la adhesión de la Orden de los Sagrados Caballeros del Tapiz de
Mantua, Los Caballeros del Sepulcro Enigmático, la Sociedad Civil España Es
Ultra, la Hermandad de Jueces y Fiscales Monárquicos y la Sociedad Taurina de
Peñafiel, que pide prestada la cabra de la Legión.
—Uy, uy, Soraya. Mira a ver como te lo quitas de encima. Sólo
nos faltaba esto. Además, ya sabes que no tienen ni un duro y nos vienen
siempre con el cuento de que si una subvención, que si…
—Don Mariano, el President Puchdimon… digo, el señor Puchdimon
le llama desde Bruselas. ¿Le paso? —inquiere la secretaria, cortando la
conversación con la vicepresidenta, consciente de la importancia de la llamada.
—Soraya, ¡el Puchdi! Te llamo luego —dice el Presidente y
pulsa el botón de su terminal para conectar con el prófugo separatista:
—Dígame, dígame Puchdemong, ¿Qué se le ofrece?
—Presidente Rachoi, ríndase a la evidencia. ¿Ha visto el éxito
aclaparador de nuestra manifestación? Le reconozco que ni yo mismo me sé avenir.
Me gustaría que hiciera una reflexión raonada de los hechos de hoy y en traiga
las conclusiones.
—Mire, señor Puchdimong, la ley es la ley, como no podría
ser de otra manera, y está para cumplirla. Yo me debo a la Constitución y no
puedo saltármela a la…
—¡Prou, prou, Mariano! que esta canción ya me la sé. Semos y
seremos gente catalana; queremos lo que queremos y no renunciaremos a nada para
aconseguir nuestro anhelo de libertad. Así
que, tan aviado como gane estas elecciones que usted mismo ha montado, vaya
proponiendo una trobada.