Hoy juzgan a un President
de la Generalitat y a dos de sus ministras. Su delito ha consistido en defender
la voluntad de millones de catalanes. Es un acto cobarde. Una ignominia que
expresa el desprecio del Estado por la sensibilidad y los anhelos de millones
de ciudadanos. Una cobardía, aún más grave si cabe, pues este Estado, a
sabiendas de que no puede hundir su cuchillo en los millones de ciudadanos que
defienden lo que defienden, lo hunde cobardemente en los cuerpos de tres
personas que, haciendo honor a sus cargos, fieles al mandato de su pueblo,
defendieron hasta su incriminación la causa que representaban.
Hoy es un día triste. Un día de aquellos en que un negro
manto ha vuelto a eclipsar la democracia. El acto cobarde que el Estado
perpetra hoy aleja un poco más nuestra fe en el sistema. Con la infamia de hoy,
aparece el gélido rostro del odio, de la inquina hacia nosotros. No contentos
con los agravios infligidos, no satisfechos con ejercer un poder cerril e
intransigente, hoy nos ofenden con el sacrificio de nuestros líderes, de los
que defienden nuestras causas. Pero yo les digo que sus actos los deshonran a
ellos. Y el de hoy los sume en la infamia. ¿Adónde pretenden llegar?; ¿acaso
piensan que, socavando nuestras instituciones, sometiéndolas al
amedrentamiento, conseguirán su objetivo de doblegarnos? ¿Qué respeto puede
merecer un Estado que pisotea las instituciones de Catalunya? Yo me pregunto:
todos estos individuos tan españolistas que, amparados en su odio hacia Catalunya,
aprovechan el poder de que disponen para ofender y oprimir a otra nación, ¿qué
pensarían si, por ejemplo, Europa, mañana, hiciera lo mismo con las
instituciones y los representantes de los españoles en Madrid?
Foto: Cometiendo un acto ilegal, votar el 9-N, en compañía de mi
hijo