Con ocasión del Festival Internacional de Poesía, que se
celebró el pasado mes de mayo en Barcelona, tuve la suerte de escuchar al
propio poeta Francisco Brines recitar sus poemas. Me impresionó el carácter del
poeta, un hombre ya muy mayor, hasta el punto de que me sorprendió verlo subir
a un escenario y tener la generosidad y el buen humor de dedicarse a su público.
Su humildad no oculta el halo de humanidad que desprende. Nos contó alguna historia,
con mucha gracia y picardía. Uno se queda admirado escuchando su perfecto
castellano; ¡que placer oír a alguien que domina tan bien su propio idioma!
Yo me emocioné con su poema Imágenes en un espejo roto. En cierto modo, una despedida de la
vida. Lo he releído luego en casa. Muchas veces. Es una maravilla. Aquí lo
tenéis, con su permiso:
Imágenes en un espejo
roto
Ahora que puedo ya saber que está mi vida hecha,
en la penumbra de esta dormida habitación
que da al jardín de mi lejana adolescencia
(aún rozan los cristales
los jazmines, las alas de los pájaros),
la miro reflejada
en los fragmentos rotos de este espejo
que no ha sobrevivido a su pasar
pausado y velocísimo;
se muestran las imágenes sin voz
y el estaño perdido las extraña.
¿Y es lo que veo ahora todo cuanto viví?
Debo robar palabras, o inventarlas, y concederle al mundo
aquel fulgor que tuvo,
pues todo se me acaba, en esta habitación,
al ver mi rostro roto
en todos los pedazos de este espejo ahora roto.
¿Y en dónde se han perdido el amor y el dolor,
esta verdad pequeña de haber sido?
¿Cómo salvarla, en su inutilidad,
antes de que me arrojen adonde todo está anulado, y ni
siquiera el sueño
será capaz de hilar la imagen fantasmal, que el día
desvanece?
¿La salvaréis vosotros,
que veis lo que ahora miro, en este texto roto,
en el instante vano del feliz parpadeo
que es toda la sustancia del ser que os fundamenta?
Dios pasea la gran negra humareda de su cuerpo
por el jardín estéril del Espacio curvado
(y caen de sus manos los soles, y estas centellas tristes
que lucen, y que somos, y se apagan),
con la Verdad que sólo a Él le pertenece.
Ese Dios fantasmal que crea y desconoce, y que camina
con su bastón de ciego.
Francisco Brines (Oliva, 1932)