miércoles, 18 de julio de 2018

Gregorio



—¡Gregorio, Gregorio! —susurró alguien—. Creo que te has dormido.
Era mi dentista, que a menudo me hacía esperar. Yo acudía siempre a última hora de la tarde, al salir del trabajo. Cansado. Odiaba esta triste y desangelada sala de espera, en la que sólo se oía el monótono tictac de un antiguo reloj de sobremesa. La sala estaba llena de vitrinas como esas que tienen los viejos laboratorios de las universidades. En ellas se exhibían, como en un museo, viejos utensilios médicos, aparatos de medición, truculentas dentaduras postizas con dientes de oro y plata, y otras estrafalarias herramientas de ortodoncista que recordaban tiempos felizmente pasados. Uno se sentía como en esos laboratorios de las películas de miedo antiguas, en la que taimados aprendices de brujo le cambiaban la cabeza al franquestein de turno.
La enfermera me acomodó en el sillón de dentista con una sonrisa. Con un gesto maquinal accionó unas palancas metálicas para ponerme en posición horizontal, sirvió agua en el vasito de plástico y prendió la luz del foco, que me deslumbró. Luego, con una sonrisa, presionó suavemente mi mano, y me dijo:
—Ahora mismo lo atiende el doctor. 
Me extraño constatar que me encontraba en un espacioso salón con grandes ventanales góticos. Las paredes, interminables, parecían no tener techo. Qué curioso, no lo recordaba así. Los últimos rayos de sol entraban casi horizontales en la estancia, como haces de colores en medio del polvo. Pensé que me encontraba en uno de esos delirantes castillos de Baviera. Intente moverme, pero no podía. Oía el monótono tictac del péndulo de un reloj. Era uno de esos ridículos relojes de cuco. Estaba situado muy alto, en una de las paredes laterales, y el péndulo era largo, larguísimo, demasiado grande en proporción al chaletito del que pendía. Qué raro. Me reí, y pensé en Alicia en el País de las Maravillas. Al sonar la hora en punto, se oyeron los sonidos metálicos de las ruedas y engranajes de sus tripas y apareció del interior del mecanismo la figura de la muerte, representada por un esqueleto que llevaba una campanilla en la mano derecha y una clepsidra en la izquierda. La inquietante figura avanzaba hacia adelante y agitaba su campanita, mientras sonaba música fúnebre. Me fijé que el esqueleto me guiñaba un ojo. Un acto grotesco que su sonrisa congelada hacía aún más inquietante. Intenté moverme de nuevo, pero me di cuenta que estaba atado, inmovilizado con correas de cuero en las muñecas y los tobillos, como esos condenados a muerte cuando los sientan en la silla eléctrica.
No había pasado ni un segundo desde que, una vez marcada la hora, la muerte volviera a las tripas del cuco, cuando pude oír el eco de una carcajada. “Es la risotada de un ogro”, pensé, con un escalofrió. Quise taparme los oídos, pero no podía. Iba a cerrar los ojos cuando apareció desde el fondo de la estancia un insecto gigantesco. Era tan grande, que apenas cabía en el frío e inmenso salón. Su piel de queratina era una gruesa coraza brillante y sus patas articuladas y peludas se desplazaban lentamente. Lo que me llamó más la atención, eran sus inmensos ojos inexpresivos, formados por miles de celdillas geométricas, parecidas a los panales de las abejas. Yo solamente había visto algo así en el cole, en los libros de ciencias naturales que mostraban los cuerpos de moscas, arañas o escarabajos vistos bajo el microscopio. Las últimas luces del crepúsculo, a mi espalda, iluminaron las enormes mandíbulas del animal. Al abrir sus fauces, exhaló un olor pestilente. ¡Qué asco! De su aparato bucal, emergió una larga lengua granulosa de formas irregulares que acercaba hacia mí, amenazante. Por un instante pensé que el insecto quería trepanarme el cerebro y sorber todos mis líquidos, pero la idea era tan horripilante que me quedé como paralizado, la mente en blanco. Yo temblaba, y noté que me había orinado encima. Empecé a respirar entrecortadamente. La lengua del bicho repugnante, goteando saliva, se acercó más y más, y noté una presión. Una sensación húmeda y rasposa en la mejilla. Era la lengua, que parecía alargarse por momentos. Recordé que estaba inmovilizado, no podía defenderme. Los globos oculares del animal, como la escafandra de un alienígena, me devolvieron en su mirada vacía repetidos reflejos de mi propio espanto. Intenté desprenderme de las correas. Imposible. Moví la cabeza a un lado y otro, pero no pude evitar que el insecto introdujera su asquerosa trompa por mi boca, que fue penetrando poco a poco por mi esófago. Notaba una sensación viscosa y peluda al mismo tiempo. El largo apéndice del animal penetró más y más en mi interior, hasta que lo sentí en la boca del estómago. Apenas podía respirar por la nariz. Se apoderó de mi un pavor que aún no había sentido en mi vida. Sudaba. Sentí que el insecto me iba vaciando por dentro, como si yo fuera un simple gusano y sorbiera toda mi linfa hasta dejarme seco como la piel recién mudada de una serpiente.
Fue entonces cuando sentí que poco a poco… No se como explicarlo. Mi cerebro parecía haberse mudado de lugar. Para ser más preciso, noté que mi punto de vista se había cambiado al del insecto. Sí… Pensaba desde la mente del insecto. ¡Eso es! No sé si me entendéis. Una sensación muy curiosa. Me había convertido en el insecto. Mis ojos reticulares reproducían en blanco y negro mil imágenes iguales de los restos de lo que antes había sido mi cuerpo. Un pellejo inerte que apenas recordaba a quién yo fuera algún día. No sentí pena, sino todo lo contrario: una petulante satisfacción que me hacía mirar el seco cadáver con un punto de desprecio.
El reloj de cuco dio de nuevo las campanadas. Una vez más apareció la figura de la muerte con su sonrisa de esqueleto. Sonaron las notas, como de caja de música. Gregorio movió su pesado armatoste como si se tratara de un artefacto acorazado de ciencia ficción. Todas las articulaciones de sus patas chirriaron y las pezuñas repiquetearon en el suelo, al mismo tiempo que se oía el ric-rac de los engranajes del cuco. Los ojos enfocaron ahora, como en un caleidoscopio, la imagen de mil pacientes aterrorizados sentados en la silla de dentista. Gregorio se acercó lentamente hacia su presa. Con un placer morboso, estiró su larga lengua en busca de nueva vida.  

El carnicero de Olot


A sus treinta años, el carnicero Fermín Bernades era ya un maestro en su oficio. Meticuloso, suspendió el cuerpo de los ganchos por las patas, previamente decapitado, y tiró de las cadenas para colgarlo a la altura de trabajo. Se paró frente a él afilando el cuchillo con la chaira, equipado con su delantal y altas botas de agua. Desolló el cuerpo como si fuera de ganado porcino, separando y desgajando las vísceras, y depositándolas cuidadosamente en la mesa del obrador. Luego dio agua a la manguera y limpió bien la cavidad abdominal, y la torácica, ya vacías. Prendió el motor de la sierra circular. Acercó la cuchilla a la entrepierna, que emitió un desagradable chirrido cuando comenzó a cortar el cuerpo, hasta quedar separado en dos mitades. Ambas piezas se balancearon en la luz mortecina de la vieja sala del matadero. El monótono sonido de una gota de agua, resonaba con su eco cada vez que percutía en el fondo de la pica metálica. El lugar estaba ahora medio abandonado, pues una normativa reciente obligaba a realizar la matanza en los mataderos municipales y este viejo obrador de trastienda ya no se utilizaba. Salvo hoy; la ocasión lo requería. Cuidadoso, afiló cuchillos finos y, con profesional destreza, procedió, poco a poco, al despiece, separando con la puntilla la carne de los huesos. Luego, recogió y lavó bien todas sus herramientas. Limpió a fondo las picas y las mesas de trabajo, y dispuso el resultado de su despiece en los frigoríficos. Finalmente, miró la cabeza con el rabillo del ojo y sintió un escalofrío. No quería pensar, no quería recordar. Deshacerse de ella sería más complicado.

Sonó la campanilla de la carnicería cuando María Pardal entró. Se frotó las manos y retiró la capucha de su anorak.
—Maldito tiempo, Fermín. ¡Qué frío!
Fermín Bernades encendió los neones del frigorífico expositor para que luciera el género expuesto. Una luz blanca, mortecina, iluminó los solomillos, la casquería y los embutidos.
—María, ¿ternera como siempre? —inquirió el carnicero, mostrando una pieza de culatín, que ahora aquilataba en su mano.
—Muy blanca la veo, Fermín. No sé.
—Blanca, de ternera lechal, María. Muy buen género. Me lo traen de Girona. Si te quedas dos kilos, va de oferta un hígado y huesos para el caldo —remachó Bernades.
Habían pasado apenas dos días desde que Genoveva Salas había entrado en la carnicería. Era a última hora de una tarde fría de diciembre. Poco antes, en su casa, Genoveva pensó que pasaría por donde Fermín, para comprar unas butifarras y, de paso, charlar un rato con él. Se aburría. (la tele aún no había invadido el tedio de los hogares). “A ver si aún lo engancho abierto”, pensó. En invierno, las calles de Olot son frías y solitarias, y no apetece mucho salir. Son días que la gente se recoge en su casa. Pero Genoveva vivía sola, y las tardes se le hacían muy largas. ¡Maldito invierno! Así que decidió airearse un poco. Fermín era un hombre de su edad y, que caray, no le desagradaba.
—¿Te apetece un vaso de vino? —propuso el carnicero, después de despacharla.
Fermín Bernades la invitó a la trastienda. Antes echó una ojeada a la calle a través del escaparte entelado. Condensación, pensó. Nada, ni un alma. Negro como boca de lobo. Cerró los portones de la carnicería. Ya no atendería a nadie más aquel día.

El inspector Robledo entró en la oficina del comisario jefe. Repantingado, con los pies sobre la mesa, y hurgándose el oído con un palillo, el comisario jefe le señaló a su subalterno el diario que estaba encima de la mesa, con el tacón de la bota.
—¿Lo ha leído, Robledo? Échele una ojeada al titular: Un año desde la misteriosa desaparición de Genoveva Salas. ¿Alguna pista?
—No me joda comisario… —replicó el inspector.
—¡No me jodas tú a mí, Robledo! ¡Que ya tengo al Ministerio encima! —despotricó el comisario, de mal humor—. ¡Cómo puede ser que la tía esa se haya esfumado así! ¡Dónde coño está el maldito cuerpo, Robledo! ¿No decías que había un testigo que la vio entrar en la carnicería la noche del 19 de diciembre?
—Sí, un mendigo. Fue el último en verla. A partir de ahí, parece que la tierra se la haya tragado.

Florencio Gañán tenía instalado su campamento en las afueras de Olot. Vivía en la calle desde que llegara un buen día a la ciudad y se instalara con su perro, Merlín, en una barraca abandonada. Nadie parecía preocuparse mucho por él, más bien lo ignoraban, con esa actitud que a veces adopta la gente frente a una situación incómoda, como es la miseria ajena, y no se atreve a preguntar. Las autoridades hacían la vista gorda y consentían que malviviera donde estaba. Bien es verdad que Florencio Gañán no molestaba a nadie, hacia su vida de ermitaño y parecía totalmente inmune al trato indiferente que recibía de los vecinos.
Una semana después de la desaparición de Genoveva Salas, el inspector Robledo apareció, como si no quisiera la cosa, por el descampado donde se levantaban las cuatro chapas que cobijaban al mendigo y a su can Merlín. En ese momento, el indigente calentaba una aguachirri en un pote de latón, sobre la lumbre de cuatro carbones mal encendidos. Removía el mejunje con una cuchara vieja, torpemente, pues llevaba puestos unos sucios mitones de lana que apenas evitaban la torpeza de sus manos a causa de un frío inmisericorde. Mientras, Merlín, roía entretenido un hueso de considerables dimensiones, mirando de reojo al policía con esa astucia propia de los chuchos callejeros.
—Buenos días, Florencio; ¿cómo te trata la vida? —dijo el inspector Robledo con un punto de ironía.
—Pues ya ve, inspector: hoy, desayuno intercontinental. ¿Qué le trae por aquí?
—Verás… Ha desaparecido una vecina, Genoveva Salas. ¿La conoces? —inquirió el inspector.
—¿Esa chica tristona que vive sola? Claro. Le gustan los perros, hace buenas migas con Merlín —dijo Florencio Gañán mirando a su amigo, que ahora movía la cola en señal de aprobación—. La vi hará cosa de una semana, ¿verdad que sí, Merlín? Era noche cerrada, fría de cojones. Ella entró donde Bernades.
—¿Y qué hacías tú ahí?
—No me mire mal, inspector, que soy pobre de solemnidad, pero no malo. A mi edad, ya no ando tras las mozas, ¡dios me libre! Yo estaba acurrucado al otro lado de la calle, en un rincón para evitar el frío, mecagüendiez. A veces el carnicero me echa algo de carne, y algún hueso para mi Merlín, ¿a que sí bonito? La vi como entraba… luego marché. Nada más.

Poco después, el juez había autorizado el registro de la carnicería Bernades, pero nada, ni rastro. El inspector Robledo se sentía impotente. El comisario jefe vertía sobre él toda su mala leche, como si de esta manera fuese a aparecer la maldita Genoveva. Ni que yo fuera el culpable. ¡Que se había pensado, el muy hijoputa!

Ya está otra vez, pensó Fermín. Se llevó las manos a la cabeza, como si fuera a arrancarse los cabellos. Tengo que acabar con esto, tengo que acabar con esto, tengo que acabar con esto, repetía como una letanía, sollozando para sí. De nuevo el tormento de los recuerdos. Aquello había pasado hacía ya mucho tiempo, pero lo atormentaba y lo obligaba a actuar. No puedo evitarlo, se decía, gimoteando, escudándose en viejos pretextos que el paso del tiempo había desdibujado. Y su mirada perdida, desolada como una ciudad vacía, hablaba de un mal que provenía del pozo sin fondo de su interior, como si las garras de una rapaz le agarraran por el estómago. No puedo evitarlo, no puedo evitarlo, repetía, como una obsesión. Y se miraba las manos, y miraba a Genoveva, una muñeca rota, los ojos sin párpados, su mirada congelada en la luz fría de la solitaria trastienda. De repente, su mente pareció recuperar la lucidez perdida. Su expresión se mudó de tal forma que hubiera producido un escalofrió en un observador furtivo. Afirmó su actitud con un punto de prepotente seguridad. ¡Mala puta, te lo merecías!, dijo con un aplomo cargado de desprecio.

viernes, 6 de julio de 2018

Rehenes


La furia desató sobre ellos
su frío vendaval
de odio y resentimiento.

La frágil concordia
estalló en mil pedazos:
ya eran ellos y los otros.

Y después del rompimiento
un estupor vestido de helado silencio
invadió la paz rota del ágora.

*

Así cundió la fetidez de la venganza.
Un tufo tan palpable como invisible
envenenó todos los rincones.

La cólera liquidaba frágiles convicciones.
Volátiles eran los pactos.
Y jueces torticeros tomaron parte.

¡Ay de aquellos que fundan su ser
en la negación del otro!

*

Fue entonces cuando a ellos
les negaron la libertad.
Y podían, porque tenían más fuerza.

Y los otros los mantenían presos
porque necesitaban rehenes.
Tenían miedo…

Sí… el miedo pudo sobre las leyes.
Pensaban que así, evitarían lo peor:
¡No podían vivir sin ellos!

¡Que perverso sentido de posesión
el que atenaza al otro para ser!
Hay un miedo atávico a perderlo.

No sabe este atavismo de sutiles seducciones:
solamente conoce la imposición cerril.
¡Que peligrosa es la torpeza! ¡Y la arrogancia!

*

Supieron entonces los presos
que de nuevo habían despertado a la bestia.
Recordaron que sus aspiraciones no valían.

¡Ay de aquellos que fundan su ser
en la negación del otro!

No sabían que eran rehenes todos:
rehenes del miedo, ellos;
presos de un equívoco deseo, los otros.


Barcelona, julio de 2018



viernes, 22 de junio de 2018

¡Ay, la justicia española!


Un juez, Llarena, aparece en el centro de la imagen. Parece satisfecho; no es en vano: poco a poco ha ido escalando las intrincadas cumbres del viejo mamotreto, el aparato del Estado, hasta llegar a lo más alto. ¡El tribunal Supremo! Sus colegas, sentados alrededor, con sus puñetas de puntilla, sus añejas togas, aplauden al colega. La escena parece salida de un cuadro de mediados del siglo XIX. El poder. El orgullo de elevados funcionarios que, envueltos en sus prendas de otros tiempos, se endiosan y nos miran altivos desde su endiosada altura. La sala, con sus fríos mármoles y sus bruñidos despachos de nogal, barrocos, representan perfectamente la alta judicatura española: un escenario obsoleto, periclitado.
Un amigo mío, que conoce el mundo de la judicatura, me decía que no nos podemos imaginar hasta qué punto son carcas los altos magistrados de este país. ¡No me extraña! ¿Los habéis visto cuando hablan? ¿Cómo visten sus togas trasnochadas? ¿El ambiente decimonónico en el que se mueven? ¿La prepotencia con el que nos miran a la gente común?
Mi amigo me dice también que los jueces están desbordados: ¡los jueces comunes tienen más de mil casos que atender cada año! Descontando los días festivos, ¿a cuántos tocan diariamente… tres, cuatro, cinco? ¿Os imagináis semejante desmadre? A buen seguro que, si eso os pasara a vosotros, gestionando una empresa privada, ya os habrían echado a patadas a la calle. ¿Habéis entrado alguna vez en un juzgado? ¿Habéis visto el desmadre que hay, con montañas de papeles por todos lados? Esta gente sigue trabajando como hace cien años, ¡o más! ¡¿in-for-má-ti-caaa?! ¡Qué es eso!... ¡Por dios! ¿Quién manda aquí? ¡Cómo se puede ser tan inútil!
Uno de los temas más hirientes de la quiebra del estado democrático actual es la prepotencia de quienes ostentan la máxima representación del Estado, sobre todo en el ámbito del poder judicial. Parecen saber que el poder lo detentan ellos y no la gente. “Bahh!”, piensan, “aquí mandamos nosotros”. Cuando las cosas se han tensados, hemos descubierto la verdad. ¡Qué triste! O, peor aún, ¡qué timo!
¡Ay, la justicia en España!
Poco a poco hemos ido comprobando que las sentencias de los jueces tienen más que ver con SU interpretación de la justicia que con las leyes. En otras circunstancias esto podría pasar desapercibido, incluso ser hasta positivo, pero resulta que los jueces tienen unos valores antagónicos a los de una sociedad ya muy evolucionada, del siglo XXI. Las sentencias que dictan muestran cómo piensan, en qué creen, cuáles son sus valores. ¡Sus valores no son sólo caducos, es que son inmorales! La sociedad está descubriendo con alarma e indignación, por no decir repugnancia, esos valores que representan los jueces, ¡y que de ellos dependa decidir lo que es justo y lo que no!
Pero se les ve: nos desdeñan. Son prepotentes. Se sienten fuertes, y amparados en el mucho poder que tienen. Se autoconfirman a ellos mismos. Viven una realidad paralela, autista. Comparten entre ellos valores caducos, periclitados. Pero eso no sería lo más grave, ¡nada más faltaría! Si no fuera porque esos valores son dañinos, injustos y producen sufrimiento. Cuando liberan a violadores, o les imponen sentencias blandas, muestran sus convicciones sexistas, imponen su dominio machista, y aplican la violencia para imponerlo. Cuando persiguen la libertad de expresión, inventando miserables subterfugios legales que conculcan la más elemental regla de los derechos humanos, imponen por la fuerza sus ideas. Cuando permiten que se apalee a la gente, o encarcelan a adversarios políticos y dan órdenes para arrasar las instituciones y las iniciativas de las minorías, lo que hacen es doblegar y humillar a sus adversarios, implantar su orden injusto.
¡Ay, la justicia en España! Esos viejos mamotretos de la imagen, no son en absoluto inofensivos. Representan lo peor de nuestro Estado. Un Estado que, en muchos momentos de la historia, ha basado su gobierno en la imposición. La brutalidad y la fuerza han sido durante siglos la manera de imponer a los demás las convicciones de unas élites, cerriles, provincianas y brutales. Unas convicciones desprovistas de valores humanísticos, centrados exclusivamente en el lucro y el provecho injusto de unos pocos, élites egoístas, injustas y brutales. ¡Hasta cuándo!
No debemos, pues, extrañarnos de que liberen a violadores, imputen a periodistas que desvelan la verdad para nosotros con sus investigaciones, o metan en la cárcel a nuestros líderes por sus ideas. No debe extrañar que metan a chavales jóvenes en prisión por cantar, por expresar su opinión, por ejercer un derecho que les corresponde. ¿Hasta cuándo vamos a tolerar que nos sigan amedrentando?

Foto: Joan J. Queralt. El Periódico.


martes, 15 de mayo de 2018

¿Qué será de Cataluña?



El conflicto

No es fácil adivinar cómo será Cataluña dentro de unos años. Hay una cosa cierta: después de los hechos de septiembre y octubre de 2017, España ya no volverá a ser lo que fue. Después de la durísima represión del uno de octubre y de las humillaciones deliberadas del Estado hacia Cataluña los meses previos y los posteriores, se produjo una ruptura emocional que acabó para siempre con la posibilidad de que un número importante de catalanes (hoy, la mitad de los ciudadanos de Cataluña) vuelvan a sentirse españoles. Y hemos de presumir que otra parte significativa, los que quieren seguir formando parte de España —pero que se sienten también catalanes—, no vieran con buenos ojos como se apaleaba a sus conciudadanos partidarios de la independencia. Hay muchos catalanes que, sin ser independentistas, demandan también otro trato para Cataluña. Así, con distintos grados, pues Cataluña es muy diversa, son muchos los ciudadanos que están convencidos que la relación Cataluña-España debe cambiar.
El Estado español ha apostado por la fuerza, por la imposición. Y ha reconocido que está dispuesto a pagar el alto precio que representa sujetar a Cataluña, aunque ello represente degradar la democracia. Los catalanes, lejos de amilanarse, se han puesto en pie. Ahora ya no se trata sólo de impulsar la independencia, sino de defender la democracia. Los derechos civiles y las libertades están amenazadas, como se ha podido comprobar en las amenazas y las detenciones arbitrarias que en algunos casos han acabado en penas de prisión. De ahora en adelante, después de esta brutal acometida, el Estado español tendrá en contra a una de sus “regiones” más ricas, más prósperas, más dinámicas (sino la más). ¿Cómo se puede construir un país con más dos millones de ciudadanos, entre los más preparados y motivados, yendo a la contra y soñando con formalizar una República? ¿Alguien se imagina a un empresario encauzando su proyecto con una parte importante de la plantilla en contra, por ejemplo? ¿Adónde va así? Todos sabemos que a ningún sitio.
El Estado español, con su política autoritaria del ordeno y mando, ha apostado por la imposición en lugar del diálogo, renunciando a la negociación, a seducir a los ciudadanos de Cataluña convenciéndoles con un proyecto para seguir en España, buscando la manera de satisfacer sus legítimas reivindicaciones por la vía de la mano tendida, de las concesiones, sin renunciar a la astucia que se le supone a un estadista de altura para contentar a todas las partes, sin lesionar los intereses de nadie. Eso era perfectamente posible. Pero la mediocridad de nuestros políticos, su incapacidad para hacer política inteligente, los ha enrocado en una actitud cerril, inmovilista, que ha acabado dejando la política en manos de los jueces. ¿Qué proyecto se le ha propuesto a Cataluña desde el Estado central para seducirla? Ninguno.

Democracia, esta es la cuestión

Pero a las gentes que hoy colonizan el aparato del Estado esto no les importa: “Los someteremos a la fuerza”, piensan. Se equivocan. La democracia se acabará imponiendo. Porque el meollo del asunto de lo que está ocurriendo no es tanto el separatismo, ni el nacionalismo catalán, sino la incapacidad de respetar las ideas ajenas. El problema de fondo tiene que ver con la democracia; con una concepción de la vida, de los valores y de las actitudes que las élites que hoy están en el poder en España —y que por cierto siempre han estado, por eso se les llama franquistas—, no comparten. Se abre una brecha cada vez más grande entre las élites conservadoras en el poder y los ciudadanos. El juicio de “la manada” ilustra bien la distancia entre los valores del stablishment y una parte significativa de la opinión pública. Nos encontramos ante una revuelta masiva de las mujeres —pero, ojo, también de muchos hombres— que están perplejos ante la ideología machista de legisladores y jueces, de un código penal obsoleto. Los jueces, a su vez, se muestran desconcertados por esta oleada de indignación, delatando así su incapacidad para conectar con los valores de la sociedad actual. Lo mismo ocurre con los presos políticos; muchos ciudadanos son abiertamente contrarios a la independencia de Cataluña, pero eso no quiere decir que compartan la arbitrariedad de los jueces que mantienen en prisión a ciudadanos pacíficos imputándoles delitos que no han cometido, y sometiéndoles a una larga e injusta pena de prisión, sin condena previa y sin respetar la preceptiva presunción de inocencia. Hoy, el mundo democrático es un clamor contra esta injusticia. Los propios jueces europeos no se han atrevido a respaldar a sus colegas españoles, con lo que el descrédito de nuestras instituciones crece cada día. Y son muchos los que empiezan a señalar a España como un país que se desliza cuesta abajo en los principios democráticos, en una progresiva y creciente vulneración de los derechos civiles. Véase un reciente artículo del prestigioso NYT, nada menos, sobre esta cuestión.

Insisto; España no podrá imponer por la fuerza la permanencia de Cataluña dentro del Estado español, obligándola a acatar un sistema legal que considera injusto y que repudia una mayoría de los catalanes. El camino que se impondrá será el democrático, es decir: aquel que busque la convivencia entre las distintas naciones de España a través de la seducción, del trato entre iguales, del respeto mutuo, de la restauración de la fraternidad. Esto implica, previamente, el reconocimiento de la realidad plurinacional del Estado. Ahora estamos muy lejos de eso, pero se acabará aceptando. En mi opinión, la sociedad española está preparada para asumir este hecho. Pero, una vez más, el Estado —el viejo Estado autoritario e intransigente— se niega a aceptarlo. Este es el camino que se ha cerrado precisamente ahora, como consecuencia de las formas antidemocráticas de las derechas españolas hoy en el poder. Una derecha que ha dejado de tener el contrapeso opositor del Partido Socialista, que ha abandonado su tradicional concepción federal y plurinacional de España, y que se ha aliado con ella en este embate ultranacionalista. Hay razones que explican esta actitud: el PSOE busca un rédito electoral apoyando al nacionalismo español y, sobre todo, se protege de su connivencia con el PP en asuntos de corrupción durante lo que se ha dado en llamar el Régimen del 78, haciendo piña con la derecha para neutralizar la acción de la justicia y el previsible castigo de la opinión pública.

Imponer en lugar de seducir

Esta es la clave para entender porqué el Estado español ha implosionado. Esto ha sido fatal. Pues este desequilibrio está en la base del resurgimiento de un nacionalismo español furibundo, que ve en los legítimos anhelos de muchos catalanes una odiosa maniobra contra la unidad de la patria y los sagrados principios de la nación española. Así pues, con tal de eliminar el riesgo de una secesión en Cataluña, los partidos que han conformado el bipartidismo durante los años de la democracia, tradicionalmente mayoritarios, han atizado a la bestia negra del nacionalismo españolista radical—de claros orígenes fascistas (franquistas), de infausta memoria en nuestro país— contra Cataluña, con una brutalidad que causa verdadero estupor, y que está en la base de una desafección traumática que durará generaciones. Pagarán caro este desaguisado, pues cuando las aguas vuelvan a su cauce, no sólo los catalanes, sino muchos españoles se avergonzarán de lo que aquí ha pasado. Y sentará las bases para justificar moralmente el derecho a decidir de los catalanes, una vez se imponga la previsible reconciliación. Y cabe suponer que este derecho a decidir se decantará hacia la elección de un Estado independiente, pues después de lo que ha pasado muchos catalanes tienen ahora la certeza de que España no los quiere, que existe un movimiento de odio contra Cataluña y que, dado el caso, las fuerzas armadas son perfectamente capaces de volverse contra los propios catalanes, pues lo han tratado como a un pueblo extranjero, en los hechos infaustos del uno de octubre. Este, estoy seguro, es uno de los hechos más dolorosos de todo lo que ha pasado. Así, se ha producido una terrible paradoja; frente a la propaganda del Estado que acusa a los “separatistas” de desafectos, el propio Estado español es el que, con su brutal intervención en Cataluña, ha demostrado que no nos quiere y nos trata como una tierra invadida, convirtiendo en ciertos los argumentos que ellos mismos atribuyen a los independentistas. El Gobierno no debió lanzar nunca a la Policía Nacional y a la Guardia Civil contra gente pacífica. A parte de una ignominia miserable es, también, un tremendo error. Con esta estrategia deplorable, terrible, el gobierno del PP ha enemistado al pueblo catalán con las fuerzas armadas, que ahora sienten hacia ellas una desafección parecida a la que siente una víctima hacia su violador. Esto es tremendo, pues todo el prestigio que estos cuerpos se habían ganado durante treinta años de democracia, se ha perdido de golpe en las infaustas jornadas de represión del uno de octubre. Las fuerzas de seguridad creen ahora que su enemigo son los independentistas catalanes, pero la realidad es que su peor enemigo ha sido el propio Estado, a través de un Gobierno irresponsable: ¡En dónde se ha visto que un país civilizado lance sus fuerzas armadas contra su propio pueblo! Estoy seguro que el Gobierno Rajoy, tarde o temprano, pagará muy cara su irresponsabilidad criminal. Igualmente miserable es humillación de los Mossos por parte del Estado, en el que subyace la mezquina estrategia de socavar el prestigio de un excelente y eficiente cuerpo policial, por el hecho de serlo, en una zafia maniobra para evitar que le haga sombra a los “cuerpos nacionales”.

La confrontación

Hay una confrontación. Es evidente que existen dos posiciones irreconciliables, una polarización entre independentistas y españolistas. Es una situación reduccionista, pues borra los contornos de una sociedad llena de matices, desdibuja el colorido de una Cataluña muy rica en su diversidad: las posiciones moderadas, las sutilezas, los matices se desdibujan a favor de la confrontación entre dos bandos que parece que vivan en mundos distintos, hasta tal punto ven las cosas de manera diferente. Y la tensión entre ambos bandos crece, el fantasma del odio aparece entre las brumas de la incomprensión. Este es el drama.
Las posiciones intermedias tienen a hora la sordina puesta. Los sentimientos, las reacciones emocionales, se imponen sobre la frialdad de la razón, una razón necesaria para acometer el pacto que ineludiblemente deberá llegar. Atiza esta situación una mayoría parlamentaria española que se caracteriza por la intransigencia. Hay fundadas sospechas de que el Partido Popular, a través de sus ideólogos, de sus think tanks, de sus foros, vienen impulsando desde hace años una recentralización y españolización, en una clara “declaración de guerra” a las comunidades históricas. La emergencia de Ciudadanos, un partido que ha nacido para españolizar a Cataluña, populista, con un sesgo que nos recuerda el Lerrouxismo del siglo pasado y también el “buenismo impostor” del falangismo de los años treinta. Este ha sido el reactivo para la aparición del soberanismo en Cataluña. La decantación del Partido Socialista hacia las posiciones ultranacionalistas del Estado ha roto el equilibrio y decantado la situación hacia la grave confrontación en la que nos encontramos.
Es previsible que la derecha conservadora siga gobernando en España. Y todo indica que la derecha populista que representa Ciudadanos gane las próximas elecciones. El reactivo ultra españolista está en marcha. Tenemos confrontación para rato. España degradará progresivamente su democracia, reprimiendo las aspiraciones de Cataluña. Y Cataluña persistirá en su lucha por la emancipación. Es previsible que entre más gente en la cárcel, que se agudice el conflicto. Tarde o temprano, en un país ingobernable, con su principal economía en pie de guerra, se impondrá la negociación. En mi opinión, la solución pasará por satisfacer los anhelos de los catalanes sin perjudicar a los españoles; lo que implica disimular la independencia de Cataluña, que se producirá de facto, como una nueva relación de interdependencia entre Cataluña, España y Europa.

La cuestión económica

Hay otras cuestiones de fondo más allá de las emocionales para explicar cómo se ha llegado hasta aquí: la rivalidad en el terreno económico. El poder central siempre ha visto con recelo la voluntad de poder catalana, su extraordinario empuje industrial, su capacidad de trabajo e iniciativa privada. Cataluña intenta emerger como un poder económico con libertad y autonomía frente a Madrid. Por el contrario, las élites funcionariales de la “corte” tienen desde siempre una vocación extractiva, y ven en Cataluña, como en otras regiones de España, las locomotoras de un desarrollo y las generadoras de una riqueza que ellos desean administrar y distribuir. Siempre fue así. En consecuencia, lo que está ocurriendo en Cataluña puede verse como un conflicto en el seno de esta lucha económica. Por una parte, una élite extractiva —la de siempre— que defiende un modelo radial de España y que ahora fuerza una recentralización; y por otra, una España liberal, descentralizada, de polos de desarrollo periféricos —eje mediterráneo: Cataluña-Valencia-Baleares; y eje del norte: Euskadi-Navarra-La Rioja, por ejemplo—, que desea obtener una mayor emancipación. Esta cuestión económica, de la que se habla poco fuera del manido déficit fiscal, no es una cuestión menor en lo que está sucediendo. Y es determinante para entrever lo que será Cataluña en el futuro. Se argumenta que la secesión de Cataluña sería un desastre, pues saldría de la Unión Europea. Nada más lejos de la realidad, pura propaganda. Cataluña tiene una fortísima vocación europea y no la abandonará por su independencia. La prueba más firme de lo que digo es que, en el fondo, a lo largo de esta crisis quién más ha confiado en la UE ha sido Cataluña, que ha fiado la resolución de su conflicto a Europa, en una campaña de internacionalización del conflicto con procesos en sus tribunales internacionales, exiliados, etc. Para Cataluña todo este proceso es impensable sin el anclaje en Europa. Y España, aunque europeísta y disciplinada en el seno de UE, recela de Europa, pues en el fondo nunca se fio de las ideas liberales que inspira y que ahora percibe como una amenaza contra su arbitraria intervención de Cataluña.

¿Cataluña independiente?

Y todo esto nos permite abordar una cuestión que genera un enorme malentendido: ¿qué se quiere decir cuando se habla de una Cataluña independiente? ¿entiende todo el mundo lo mismo? Los nacionalistas españoles responden furibundos que la unidad de la patria es indisoluble, y amenazan con los sables. Imaginan una patria amputada, con un muro divisorio en la frontera catalana. Pero pocos de estos furibundos ultranacionalistas saben que el Estado español ya hace tiempo que ha iniciado una operación de cesión de soberanía a la UE. Como debe ser. Esta cesión de soberanía implica que España ya no decide sola en temas esenciales, como la política monetaria, etc. Ese es el camino. Estamos en un proceso de creación de un Estado supranacional. Y dentro de este gran Estado europeo la España radial, por ejemplo, no cabe. Las interconexiones económicas y de otra índole se realizarán de otra manera, con otras prioridades y seguramente con mayor eficiencia. Lo mismo ocurrirá para las interconexiones culturales, para los reposicionamientos de identidades; en este contexto cabe interpretar “la independencia” de Cataluña. Este es el reto. Cataluña quiere reubicarse dentro del nuevo contexto europeo de una forma diferente a cómo lo ha estado hasta ahora dentro del viejo Estado español: consiguiendo el respeto a su identidad y encontrando nuevos ámbitos en los que desarrollar plenamente sus inquietudes económicas, políticas, sociales y culturales. Hay un tremendo potencial en la sociedad catalana. Y es bien cierto que ahora no se puede desarrollar plenamente. También es bien cierto que existe una amplia base social cohesionada para ver cumplida esta ilusión. Y nadie podrá frenarla. Antes o después eclosionará y se realizará con plenitud.

Solidaridad catalana

Lo que Cataluña pretende es gestionar su presupuesto. Uno de los temas más mezquinos que se han esgrimido es el de la supuesta falta de solidaridad de Cataluña, de su egoísmo hacia el resto de España. No es cierto; es pura propaganda. Cataluña es solidaria y quiere seguir siéndolo. Este es un falso debate que busca desprestigiar una reclamación legítima: el de un mayor equilibrio fiscal. Es más, sostengo que una futura Cataluña independiente será igualmente solidaria con España, en el marco de la UE.

Monarquía o república

Otra cuestión de gran importancia que ha eclosionado con fuerza durante este conflicto es el de la forma del Estado. El rey Felipe VI cometió un grave error en su discurso del 3 de octubre perdiendo su tradicional imparcialidad y posicionándose contra los catalanes, y avalando la brutal agresión contra la población indefensa y pacífica. Esto le costará la monarquía, no sólo la corona. Tiempo al tiempo. Los catalanes hirvieron de indignación ese 5 de octubre; en Barcelona, el ruido ensordecedor de la cacerolada de ese día seguirá resonando en los anales de la historia. Con ese discurso, el borbón perdió la credibilidad y el apoyo que pudiera tener entre los catalanes. Los borbones no tienen precisamente un historial prestigioso. Si con la restauración de la democracia y la acción de Juan Carlos I defendiéndola frente al golpe de estado del 23 F, parecía que la monarquía se consolidaba en España, con las noticias que se han ido conociendo en los últimos años el prestigio de la monarquía se ha venido abajo. Los ciudadanos van conociendo poco a poco, pues el Estado y la prensa lo han escondido a la ciudadanía, que el rey Juan Carlos amasó una enorme fortuna a base de cobrar comisiones en las compras del Estado, por ejemplo, de petróleo a las monarquías del Golfo. Así, el corrupto enriquecimiento del rey y otros miembros de la familia real, han acabado definitivamente con el crédito que tenían. Sólo faltaba lo de Cataluña, donde impera desde siempre una tradición republicana, para echar por la borda la última esperanza de salvar la monarquía borbónica. Estoy convencido que el futuro de Cataluña, pero también el de España, pasa por la abolición de esta institución obsoleta, que no ha sido votada por el pueblo, y veremos la instauración definitiva de la república, la forma de Estado democrática por excelencia.

La cuestión de la lengua

¡ay, aquí está una de las cuestiones esenciales de todo este embrollo! La lengua es el signo más objetivo de la existencia de una nación. El catalán, esa bestia a batir por los ultranacionalistas… ¿Por qué el catalán genera tanto odio a sus detractores? Seguramente por que la identifican con la resistencia irredenta de los catalanes a españolizarse. Sí, es triste, pero a una parte nada desdeñable de los españoles le cuesta aceptar que los catalanes tienen una identidad catalana y una lengua propia. Lo ven como una disfunción, como el empeño impertinente de no aceptar la “verdad” de que son españoles. Esa persistencia en mantener una lengua que consideran residual es un insulto a la razón, consideran; no puede haber otro motivo que la provocación, la persistencia de una rebeldía para joder la marrana. “El español es una lengua hablada en todo el mundo”, dicen; “¿A qué viene enseñar el catalán en la escuela en preeminencia sobre el español? Está bien hablar el catalán en casa, en la calle… ¡pero en la escuela! ¡es un anacronismo!” esgrimen. “¡Pero es nuestra lengua, ¿no lo entendéis?!” se desgañitan los otros. Los ataques al sistema de inmersión lingüística en Cataluña están en el epicentro de la gravísima crisis actual. Para los que vivís fuera de Cataluña, debéis saber que este sistema funciona perfectamente, contra lo que dice la propaganda ultra. La comunidad catalana ha funcionado con este sistema durante décadas con una armonía total, sin el menor problema. Nuestros hijos son bilingües, hablan el catalán y el castellano sin más. Cataluña es una tierra de acogida, los numerosos inmigrantes de las más diversas procedencias que han llegado, se han adaptado sin el menor problema. Pero hay poderosos intereses obsesionados con tirar todo esto por la borda. Se ha hecho un daño inmenso. Se han intentado verdaderas barbaridades para desmantelar el sistema, recurriendo al juego sucio, a las trampas, a las mentiras, y ahora a las falsas denuncias. Pero a pesar de todo ello, Cataluña seguirá siendo bilingüe, su lengua continuará protegida y el catalán continuará siendo la lengua vehicular en la escuela. Hay una imagen falsa en España respecto al uso del castellano en Cataluña: se dice que está en retroceso. Se habla del poco respeto por el castellano en Cataluña y del acoso al que se somete a los que lo hablan. Es rotundamente falso. Las declaraciones recientes del ministro Rafael Catalá, por ejemplo, son infames; rotundamente falsas, y él lo sabe. En una situación hipersensible, echa gasolina al fuego. Por eso es un miserable. Los españoles del resto del Estado deben saber que en Cataluña se habla sobre todo el castellano, que predomina sobre el catalán. El catalán, a pesar de lo mucho que ha progresado, sigue siendo la lengua frágil. Todos los que vivimos aquí lo sabemos perfectamente. También es rotundamente falso el que los catalanes nos neguemos a hablar en castellano con aquellos que nos interpelan en esta lengua. No es así. Nunca ha habido conflicto en este asunto y los que afirman que no es así, mienten, manipulan zafiamente la situación, dando a entender que este asunto rompe la convivencia en nuestra tierra. Cataluña es una tierra de acogida. Siempre lo ha sido. Los que dicen lo contrario, hablan desde un resentimiento difícil de entender.

El procés

La mayoría parlamentaria independentista del Parlament y el President que salga investido y su Govern deberán encontrar una nueva estrategia para avanzar en los anhelos del pueblo de Cataluña. El proceso que hoy está en marcha no es el fruto del capricho de cuatro políticos radicales que manipulan la situación, sino el efecto de una activa mayoría social muy transversal, que empuja a sus lideres hacia la emancipación nacional. Cualquier ciudadano que viva en Cataluña puede constatar este hecho fácilmente. Ahora bien, el proceso aún no es lo suficientemente potente como para iniciar un proceso unilateral de independencia. No tiene todavía suficiente masa social. Es aún una mayoría dudosa. Ahí radica uno de los problemas fundamentales del procés, que le ha restado legitimidad y que ha supuesto el gran error aún no reconocido por los independentistas y que ha abocado a la proclamación ficticia de la República y la consiguiente frustración de mucha gente. Yo creo que tarde o temprano los líderes catalanes harán autocrítica y reconocerán los errores, fruto de la precipitación, de una excesiva impaciencia y, digámoslo claramente, de una mezcla de rabia, de impotencia, ante la intransigencia del Estado a dialogar y de incontenible ilusión empujada por la coercitiva presión de una ciudadanía cegada por llegar cuanto antes al objetivo. En consecuencia, los independentistas deberán trabajar para ampliar la base social del independentismo, dotándose de una mayor legitimidad para emprender el gran paso. Y eso sólo se conseguirá si convence a muchos ciudadanos, hoy escépticos, de las virtudes de una Cataluña emancipada, explicando bien los pros y los contras de esta aventura, sin engaños, explicando a los ciudadanos qué arriesgan y qué ganarán con todo esto. Otra forma de ampliar esta base es la de convencer a ciudadanos suspicaces que el castellano continuará siendo, como hasta ahora, una lengua oficial de Cataluña, respetada, querida y protegida como propia de los catalanes. Esto es fundamental. Sostengo que sin convencer a todos los catalanes que ambas lenguas serán protegidas y estimadas como propias, será imposible conseguir la tan anhelada mayoría social independentista por encima del 50%.

Artículo 155

Uno de los hechos que más han humillado a Cataluña ha sido la aplicación del polémico artículo 155 de La Constitución. Todos los españoles, no solamente los catalanes, hemos podido comprobar, con estupor, como se desmantela una autonomía en 24 horas. De la noche a la mañana, los ciudadanos de este país, constatamos estupefactos que el estado autonómico es un paripé que devuelve al Estado central todos los poderes, si las cosas no van como a él le gustan. En un abrir y cerrar de ojos, el engaño por fin se ha desvelado en toda su crudeza. Con la aplicación del 155 hemos verificado las debilidades de una Constitución que ahora comprobamos que no instauró un Estado autonómico sólido, sino un simulacro con un mecanismo para recuperar ipso facto el poder en caso de alarma. Una Constitución que se redactó en la frágil situación de una democracia que nacía bajo la amenazante mirada del poder franquista. Y así, ese fatídico día 27 de octubre en que el Gobierno Rajoy intervino la Generalitat, los catalanes pudimos asistir al triste espectáculo de ver como un gobierno, que tiene una representación residual en el parlamento de Cataluña, desmantelaba con furor vengativo años de labor de las instituciones elegidas por el pueblo de Cataluña. ¡Que tremenda desilusión! ¡Cómo volver a convencer a los catalanes de las bondades de retornar al autonomismo!
¿Cómo piensan que se sienten los catalanes al ver que sus instituciones son pisoteadas, desmantelados algunos de sus departamentos, despedidos fulminantemente algunos empleados y sometidos los funcionarios a la humillación de acatar por la fuerza una obediencia que no comparten? ¿Alguien se ha parado a pensar en el rencor que genera todo esto? El Partido Socialista de Cataluña habla de reconciliación, de cerrar las heridas… ¡qué cinismo! ¿Esta es la manera de cerrar las heridas, entrando a saco en las instituciones catalanas en lo que se puede considerar una ocupación en toda regla, mientras se mantiene a los adversarios políticos en la cárcel, en condiciones indignas y humillantes, lejos de sus familias?
Reitero estos argumentos, no tanto para hurgar en la herida, sino para demostrar que nos hemos adentrado en un camino sin retorno, que el empeño de los unionistas de continuar con el autonomismo ya no es una opción realista.

Los catalanes unionistas

Por otra parte, los derechos de estos ciudadanos deben ser respetados: no se les puede imponer antidemocráticamente la República. Deberá revertirse la confrontación y buscar un nuevo escenario en el que se dé una lucha pacífica y leal, en el que cada bando aporte argumentos para convencer a los ciudadanos de sus proyectos respectivos. No vale encarcelar al adversario, minándolo con el abuso del poder que se detenta. Y, al final, aceptar un referéndum. Y acatar el resultado. No es aceptable esgrimir el acatamiento de la ley, de la Constitución, cuando en 2010 el Tribunal Constitucional rompió el pacto constitucional de 1978 laminando el Estatut aprobado por el pueblo de Cataluña. Pero tampoco es aceptable conducir atados por el morro a los unionistas hacia la República. Es una imposición inaceptable. Los españolistas tienen razón cuando esgrimen que una mayoría de escaños no implica una mayoría social y que, en esas condiciones, fue antidemocrático aprobar la llamada ley de desconexión antes incluso de conocer los resultados del referéndum del uno de octubre. 
  
Diálogo y mediación

Hoy he leído en la prensa que Rajoy quiere negociar con Cataluña tan pronto como haya Govern. ¿Es creíble este mensaje? Yo creo que no, si tenemos en cuenta el camino recorrido. Son muchos los que pensarán que vuelve a ser una invitación vacua, tramposa, que sigue la estrategia del cinismo que caracteriza al presidente del Gobierno más nefasto, me atrevo a decir más peligroso, que ha tenido España desde el final de la dictadura franquista. Por la misma razón, no parece probable, en el actual estado de crispación de las partes, que el President investido esté dispuesto a establecer un diálogo sin condiciones con el Estado que vaya más allá de un dialogo de sordos. La mediación internacional se impone. La UE debe ayudar, tiene el deber moral de implicarse, mostrando que poco a poco se gana la autoridad necesaria para convertirse en el Estado supranacional en el que confiemos todos los europeos. Por decirlo de otra manera, con el conflicto catalán, la Unión Europea tiene la oportunidad de demostrarle a los ciudadanos europeos que está madura para liderar el continente, implicándose en la resolución de los conflictos planteados y ganándose el prestigio y la confianza para custodiar la soberanía de todos. Sólo así ira consolidando el nuevo supraestado de todos los europeos. Intentando vislumbrar ese futuro, yo auguro que esa mediación se producirá, pues España será impotente para imponerse por la fuerza en Cataluña; a su vez, Cataluña, no podrá hacer efectiva una República con la sola fuerza de su gente. Necesita complicidades, necesita adhesiones. Y parece lógico pensar que esos cómplices externos de unos y de otros, intermediaran por conseguir un acuerdo que satisfaga a ambas partes. Nadie ganará, pero tampoco nadie perderá. Ni nadie estará enteramente satisfecho. Pero en ese proceso, España habrá madurado en su respeto hacia Cataluña; y las instituciones catalanas deberán buscar la manera de encajar sus planes de autodeterminación en el gran puzle europeo. 
  
Conclusión

El conflicto entre Cataluña y España entrará en una fase larga de confrontación, pues todo apunta a que la situación no estará madura, a corto plazo, para avanzar hacia la distensión. La distensión vendrá cuando se restablezca el respeto mutuo entre las partes. Es previsible pensar que PP y Ciudadanos estarán en el poder en los próximos años. Mientras sea así, habrá confrontación. A mi entender, sólo la llegada de gobiernos liberales, de mayorías progresistas en las Cortes, propiciarán una negociación que será mediada por un organismo internacional, previsiblemente la UE. No veo una solución al conflicto antes de diez años por lo menos. No se producirá una ruptura unilateral, no habrán más DUI; será un acuerdo consensuado entre las partes. Habrá un referéndum; ambas partes tendrán que luchar arduamente para ganarlo, y sigo pensando que los unionistas tienen enormes posibilidades de ganarlo. El juego limpio, la buena lid democrática, les favorecerá; dentro de Cataluña, en Europa y el mundo. Mantengo que la cuestión de la(s) lengua(s) es esencial. Si Cataluña quiere ganar su independencia, deberá asumir que el castellano es una lengua de Cataluña. Si no, no arrastrará a la masa social que necesita para el sí. El artículo 155 no se debería volver a aplicar. Lo cual no quiere decir que no vuelva a serlo. Si así ocurriera, perjudicará gravemente los intereses de una España unida y favorecerá a la fábrica de independentistas. Lo mismo puede decirse de la aplicación de la violencia del Estado sobre una revuelta que es pacífica y democrática; es una mala táctica, que favorecerá los intereses de una República Catalana, legitimándola moralmente.  El procés no afectará a la prosperidad económica de Cataluña, como no ha afectado hasta ahora, por mucho que la propaganda estatal intente hacer creer lo contrario. Los jueces no pueden decidir por encima de la voluntad popular, que es la que detenta la soberanía. Esta es una grave disfunción, y es una de las razones principales del conflicto. En unos años veremos a jueces como Llarena o Lamela severamente reprendidos por los tribunales internacionales. La clase dirigente española tiene un grave problema de adaptación a los tiempos; es corrupta, retrógrada, anticuada, anclada en los vicios del pasado, incapaz de sintonizar con los valores de la sociedad del siglo XXI. Es previsible el advenimiento de una nueva generación de políticos, mejor formados, más cosmopolitas, con mejores reflejos democráticos, que posibilitarán un entendimiento entre España y Cataluña. La solución del problema, la convivencia entre las distintas comunidades españolas, depende de un concepto tan sencillo como el siguiente: seducir, no imponer. Las comunidades, como las personas, se juntan cuando entra en juego la seducción. Ello implica un trato entre iguales, un respeto mutuo. España es un Estado plurinacional, es un hecho. Hay que abrir un debate sereno sobre este tema; los españoles, a los que la derecha ha tratado como si fueran menores de edad, están perfectamente maduros para abordar este debate. Se habla de adoctrinamiento: adoctrinamiento es explicarles a los niños que España no es un Estado plurinacional. No seamos cínicos. Hay que tratar a los ciudadanos como seres maduros, libres y, por tanto, con capacidad crítica. Este debate se producirá, y facilitará las cosas.
La monarquía en España se abolirá. Es una institución obsoleta. Y ahora sabemos que corrupta. Cataluña lucha por su república, pero arrastrará fraternalmente a España en este asunto. Veremos resurgir con fuerza el viejo republicanismo, ahora latente, pero tan arraigado en la historia de España.
Auguro que la independencia de Cataluña se producirá una vez consolidado el Estado europeo. De esta manera no se verá como una secesión respecto a España, un tema traumático en la mente de mucha gente. Es más, la lucha por la independencia de Cataluña entroncará —junto con otros muchos reposicionamientos europeos— con la necesaria configuración de la nueva Unión Europea, una UE que no sea el club de mercaderes que es ahora, sino la Europa de los ciudadanos que todos deseamos.



jueves, 10 de mayo de 2018

¿Qué está en juego en Catalunya?

por Andreu Comas

El autor de este artículo es un amigo mío que vive en Brasil. Como tantos catalanes, está muy conmocionado por lo que ha ocurrido en Catalunya y lo sigue de cerca. Me lo ha enviado y me ha pedido mi parecer, pues un medio brasileño quiere publicar su opinión sobre lo que está ocurriendo. Me ha gustado. Pienso que el artículo refleja el sentir de muchos catalanes, entre los que me incluyo. Por eso le he pedido que me lo deje publicar en mi blog, como una colaboración externa.

Nadie duda de que vivimos una etapa mundial en la que los medios de comunicación y las redes sociales son el epicentro de la divulgación del pensamiento. Estos medios están al alcance de los expertos y de los inexpertos. En esta corriente, como si se tratase de una vía láctea, circulan el pensamiento, las imágenes y la interpretación de todos los colores de estas imágenes y pensamientos.
Este bombardeo constante de información, exige de las personas un mayor sentido crítico, exige el análisis profundo, la aplicación de la deducción lógica, bajo las reglas de una crítica sana y constructiva.
Este chorro de información exige que separemos más afinadamente el trigo de la paja, so pena de convertirnos en unos desinformados, o simples repetidores de las corrientes dominantes, que no por dominantes, son más ciertas o cuentan con el apoyo absoluto de la razón. Ni siquiera del sentido común, el menos común de los sentidos.
Puestos en Catalunya, a pesar de muchos matices que se puedan traer a colación, existe en el conflicto con España, como en todos los conflictos, una cuestión nuclear: la raíz del conflicto.
Veamos entonces la raíz y el núcleo del asunto:
Estoy seguro que la cuestión, movida y empujada por intereses deliberadamente opuestos al interés del pueblo catalán, han embrutecido el debate, para sacarlo del mundo de las ideas y los hechos y llevarlo siempre a suposiciones fabricadas, que sustentan esos intereses ajenos al interés de una nación. Afirmo que “el establishment” ha desplazado o tratado de desplazar de aquellos oyentes que no profundizan en el debate, una cuestión del simple ejercicio democrático al sufragio tanto activo como pasivo y el ejercicio democrático de los derechos fundamentales, a una cuestión ora secesionista ora separatista o independentista. Han dicho “¡a por ellos!”, y esta frase entraña una guerra sin cuartel: todo vale, con tal de abortar los deseos catalanes.
Se mezclan churras con merinas, y como vivimos de titulares, sin información detallada y, en general, con poca formación, viendo cómo el desvío del núcleo del debate se está consolidando.
Me asombra sorprender a mucha gente debatiendo sobre el independentismo, el unionismo, la tendencia global a la unión y últimamente he oído la falacia del concepto de “la ciudadanía mundial”. No es que no se pueda “utopizar” el debate. Claro que se puede, somos libres. Lo que me parece a estas alturas sibilino, es introducir este debate en el marco catalán, o en el escocés, o en el canadiense, o en el palestino, o en el saharaui, o en el Kurdo, cada uno sometido a diferentes niveles de sufrimiento. Este debate lo que trata es de secuestrar la libertad actual, de hoy, de los pueblos a decidir, en aras de una utopía. ¡Es como si me dijeran que los niños los trae la cigüeña y que si deseo dejar de tener niños debo pensar que la cigüeña se abstenga de mantener relaciones sexuales!
Los maestros de la filosofía, como Jurgen Habermas, único miembro vivo de la escuela de Frankfurt, que se hizo notorio con su artículo de “pensar con Heidegger contra Heidegger”, con la crítica a la razón que este eminente filósofo utiliza para crear una teoría social,  sustenta ahora el debate de la conveniencia o no de Catalunya de ser independiente en el mundo de hoy. Esta no es la cuestión Sr. Habermas, la cuestión es el ejercicio o no del sufragio universal para escoger democráticamente la forma política. Tal vez esta cuestión sufragista le suene mal, a tenor del pasado juvenil nazista que se le atribuye a usted.
Es lo que de forma castiza se dice, cuando aludimos a llevar el gato al agua o tratar de llevarte al huerto, por muy eminente filósofo que se sea.
Así hace el gobierno francés o el inglés, a pesar que ellos sí se han marchado de la Unión Europea y aquí no ha piado ni un alma. Pero claro, los catalanes son apenas una piedra en el zapato para estas grandes potencias ¡Que les den!
Vayamos a la a raíz:
Catalunya en el 2011 redactó su Estatuto al amparo de la Constitución Española. El Congreso de los Diputados español lo votó y aprobó por mayoría. Acto seguido se sometió al poder supremo constituyente: El sufragio de todo el pueblo catalán. Es decir: el poder constituyente (la más alta instancia de cualquier democracia) votó y aprobó el Estatuto de autonomía catalán, ¡la Constitución de Catalunya!
El partido eventualmente en el poder, de clarísima tradición franquista, incluso ex ministros del Caudillo entre sus fundadores, con votos extremamente minoritarios en Catalunya (4 representantes que no forman ni grupo político), por medio de una maniobra en el Tribunal Constitucional español, anuló y manipuló diversos artículos hasta dejar el Estatuto absolutamente distinto al que fue aprobado por la mayoría del pueblo catalán. Se pasaron por el forro la voluntad constituyente de todo el pueblo catalán.
Del 2011 al 2017, se ha intentado por todos los medios negociar con el gobierno español,  porque este acto torticero, a semejanza de la práctica nacionalista católica y románica, que tiene el divorcio prohibido  por su propia doctrina pero que mantiene un tribunal eclesiástico en La Rota para anular los matrimonios a aquellos que les puedan pagar enormes sumas de dinero. Con una maniobra estrafalaria de esta magnitud, se deja al pueblo catalán sin Constitución. No ha habido negociación posible, se ha secuestrado, no solamente la democracia en Cataluña, se ha secuestrado la libertad y la lucha histórica por Catalunya a ser un pueblo libre que deje a sus generaciones futuras una sociedad libre y en paz. Se trata del famoso “seny” catalán que muchos no acaban de entender, ni qué sentido tiene y que confunden con una forma de hacer pusilánime.
El núcleo del asunto:
El pueblo catalán sabe, desde el siglo XI, de su pluralidad, de las diferentes etnias y creencias que lo componen. Se limitó a recibir los expulsados de castilla durante siglos. Ora los judíos, después los musulmanes, luego los Sefardíes, ahora los subsaharianos… Forma parte de nuestra historia. Hablamos diversas lenguas. Interactuamos hace siglos con el sur de Francia. ¡Le Pays Cathare! Las raíces de Montsegur de los templarios… Somos un pueblo cosmopolita donde los haya, como Holanda, como Singapur, como Suiza…
Siempre, desde el siglo XI, hemos resuelto las cuestiones con el asambleísmo, con la voluntad formada y manifiesta del pueblo, cosa que ahora los herederos del “fascio” franquista intentan secuestrar. Mal saben que en el caso de salir ganador el unionismo, todos los independentistas van a respetar la decisión, de la misma forma que hemos aceptado el dominio externo durante décadas, incluso respetado el derecho de conquista de los reyes franceses. Pero no, creen estos del gobierno Rajoy que no se puede votar, que hay que imponer el unionismo por pelotas. En virtud del derecho de conquista, porque al final, Catalunya son tierras conquistadas.
Este intento franquista de arrodillar al pueblo catalán, ha llegado a los extremos de prohibir que el pueblo vote el tipo de Estado que le gustaría tener. Se ha secuestrado el sufragio y la actividad democrática de decir que se opina sobre un determinado sistema de Estado o sistema de gobierno. Se sustenta, en contra de los pactos internacionales de directa aplicación en España, por fuerza del artículo 96 de la CE, que el pueblo catalán ni puede votar ni puede autodeterminarse.  Autodeterminarse también es decidir continuar en unión con España. Eso sí, cuando fue conveniente para el Estado español pudo votar, como de hecho votó, el Estatuto de Autonomía. Entonces sí. ¡Ahora NO!
Es decir, como no me gusta lo que parte de los catalanes piensan, les cierro la boca a todos para que nunca se sepa que parte piensa de una forma y que parte de otra. Todo ello, no hay duda hoy en día,  con el apoyo de sectores poderosos europeos. Se trata de un claro retorno a la situación fascista de 1940, sin precedentes en Europa. ¿O sí tiene precedentes? Sí, es verdad, se me olvidaba: Kosovo, hoy república independiente. Parece que es mejor mirar hacia un lado. Decir que la cuestión es apenas interna. Esgrimir que vamos a una unión global, como si los bloques existentes, incluso el europeo, no sepa hasta el garracucas, que son grupos de intereses económicos, en dónde a los gobiernos de turno, la tan proclamada ciudadanía europea, les importa un pepino. Les interesa la armonización fiscal, la evasión de impuestos, los grupos de presión, las fronteras externas cerradas a cal y canto a la inmigración, incluso la humanitaria, y finalmente la potenciación de las corporaciones económicas poderosas.
Es decir, que todo anda hacia un retorno a 1940 o 1914…que ya tenemos el culo pelado de ir a la greña en Europa. ¿Alguien se cree que la creación de catorce nuevos estados independientes en Europa, en estas últimas décadas, contó con el apoyo de las estructuras públicas europeas? No apoyaron ni la lucha contra el genocidio  en la antigua Yugoslavia ni contra las violaciones masivas en aquél país. Desgraciadamente le tuvo que poner fin, después de 6 años de los gobiernos europeos mirar a otro lado, ¡el ejército norteamericano! ¡Esta fue una de las mayores vergüenzas de la construcción europea!
¡De modo que, a buen entendedor pocas palabras bastan! En Catalunya se trató de ejercer bajo el manto de la Constitución Española, que ahora torticeramente dicen que vulneramos, el ejercicio de la autonomía. La autonomía no política, sino la autonomía mas civil de todas, la autonomía de la voluntad. Este ejercicio se vio vulnerado y pisoteado por medio de manipulaciones ilegítimas. El pueblo catalán sigue insistiendo en que sean, de una vez por todas,  preservados sus derechos legítimos. ¡Pues nada: ajo y sal!
La libertad es un bien jurídico protegido, en la historia, por encima de la vida. ¿Cuántos dieron la vida por la libertad a lo largo de la historia? ¿Se creen por acaso que nos van a acallar? ¿Se creen que 2.200.000 de catalanes vamos a desaparecer? ¿Tanto los que votan sí al independentismo como los que votan no, y que también salieron a votar bajo los palos de la guardia civil?
¿Se piensan que somos idiotas? ¿Que no sabemos que Catalunya es plural, que por eso en su Parlament existen varios partidos en la derecha, centro e izquierda, con una amplitud parlamentaria diversa y rica? ¿acaso piensan que no sabemos que hay diferentes sensibilidades en la nación catalana? Tal vez, como dice el castizo refrán: ” piensa el ladrón que son todos de su condición” Lo que, a diferencia de este gobierno fascista español, se ha intentado en dos ocasiones ya, es justamente lo contrario, es decir, consultar por medio del voto, en dos votaciones que nos han prohibido, cuál era el pensamiento mayoritario en nuestro país. Cuál, dentro del pluralismo político, era la corriente mayoritaria. El miedo, sólo este miedo que nace de la cobardía, le ha hecho al gobierno español seguir aplicando por medios ilegítimos la prohibición. ¡No sólo la prohibición de votar! ¡Han prohibido incluso hablar de ello! ¡Ya prohíben, incluso, camisetas de color amarillo!
Lo que sucede es que, privando nuestras libertades, pisoteando nuestros derechos fundamentales, nos han llevado por la vía de los hechos a tomar una actitud defensiva y proclamar, a sabiendas de las dificultades venideras, una república independiente que se ve sustentada en más de 2 millones de votos, efectuados y sufragados por los catalanes directamente de sus bolsillos, sin usar ni un euro público, a pesar de las cargas y la violencia desplegada por el Estado español. A pesar de las acusaciones infundadas de malversación de caudales públicos, a pesar de las acusaciones prevaricadoras de rebelión, sedición, a pesar de los exilios… a pesar de una constante e reincidente saña, por otro lado repetida a lo largo de toda la historia, contra el pueblo catalán.
A pesar de la posición del sexto de los Felipes, Rey de las Españas, que abiertamente y sin ningún remordimiento ignora los 1.000 heridos en la carga policial del 1/10/2017, digno sucesor del quinto de los Felipes, autor de extrema violencia contra los Países Catalanes y autor de los decretos de “Nueva Planta” en los idos del 1700. Qué mira por dónde que el pavo este encontró un nombre bien indigno, condenando a desaparecer de un plumazo todos los derechos históricos de más de diez siglos del pueblo catalán: ¡Nueva Planta! ¡Debía ser nueva ignominia! En fin… El primero de los Felipes citado, este VI, como Jefe del Estado actual, impuesto por el General Franco al imponer a su padre, Juan Carlos I y reinstaurar la monarquía en un Estado republicano. Sí, no se puede olvidar… El antiguo Estado español, Estado en el que este general, autotitulado Generalísimo, propició un golpe de Estado en 1936 y el hundimiento en la obscuridad fascista y dictatorial de todo el Estado español durante 40 años.
Aquí no ha habido ni juicio de Nuremberg, ni siquiera explicaciones, como sí ocurrió en la Alemania Nazi.  En la Argentina de Videla, en Chile de Pinochet. Y mira que en fascismo, Franco perdió  de su contemporáneo Adolf Hitler apenas en el número de muertos 1.000.000 contra 6.000.000. ¡Con la crueldad con la que se ensañaron sobre Barcelona y Guernika, si la comparamos con los bombardeos del resto de Europa realizados por la mismísima Luftwaffe, se quedan todos ellos en una mascletá de las fallas valencianas!
¡Toda esta actitud injusta que el Estado español despliega, se la va a comer con papas fritas, y si no…tiempo al tiempo!
Todo ello se hará con una irresistible tarea pacífica, inflexible, aunque sea muriendo en pie para no vivir arrodillados, como gente de paz que somos, porque, como ya le advirtió don Miguel de Unamuno al general franquista Queipo de Llano, inspirador al parecer de este Mariano Rajoy, por el gesto de llevar la mano a la culata de la pistola en toda ocasión que era enfrentado dialécticamente: ¡Suya es la fuerza y nuestra la razón!

¡VISCA LA LLIBERTAT, VISCA LA DEMOCRACIA, VISCA CATALUNYA!


martes, 13 de febrero de 2018

Mimí


¡Uy, por dios! Mira esa del galgo como viene por ahí, bonito perro pero altivo, con esos aires ella, medio despechugada, la galguita con sus melenitas y sus pompones, pintarrajeada y dándoselas de gran señorona ¡que manía con operarse los labios! Esas piernas tan largas, tachin tachan, ¡como la galguita! ¿es un afgano de esos? El culo prieto y mirando parriba, patam patum, aquí estoy yo. Recién salidas las dos de la peluquería, ¿a cuál irán? Madre mía, como se parecen los perros a sus amos, ¿por qué será? Remilgada, uy, esta no friega, te lo digo yo, el maromo se lo paga todo. Y yo tan sola. Este café está frío, ¡camarero!, con lo que cobran en estas terrazas de la Rambla de Cataluña, me encanta, la rambla más bonita de Barcelona ¡y esas casas! El casero dale que dale, que si me atraso, ya veré como salgo adelante este mes. Esta acidez me mata. Mira si no a Juanjo, con el buldog francés ese que tiene igualito que él, puro mimetismo, qué carácter, uy, por dios, ¡sí! con esa cara chata que no pueden ni respirar, baboso, ese pelo cortito sal y pimienta que parece un marine, ¡oi, oi, oi! y tan machote él, con esos andares paticortos de aquí estoy a ver qué pasa y esa mirada impertinente. Y que bíceps, madre mía, ¡hombretón!, un poco chaparrete para mí, barriga cervecera. Mira ese del acordeón, erase una vez un hombre pegado a un acordeón, Emir Kusturica gato negro gato blanco ¿y tú que miras, espabilado? ¡qué sabrás tú de pasar hambre! Estoy hecha un horror. Los años. Y digo yo, ¿qué pensará la gente de mí?, aquí sentada a la mesa viendo pasar al personal, ¡vieja loca!, dicen, ¡aféitate la barba, que se te ve el plumero!, descarados, qué saben ellos de la soledad de la pobre Mimí, pero tiene a su Darlin, a qué sí, Darlin, uy sí que bonito, uy sí, potolete mío, con sus cejitas de abuelete, y sus lacitos rojos, me encantan los abrigos rojos con solapas amplias, mujer fatal, que sabrán ellos de elegancias, del glamur, fumando con una boquilla larga de esas antiguas de nácar ¡ay! Joven que joven era, Mamá, ¡Mamá!, tu no me entiendes, claro que te entiendo, mi niño. Y esos perros ¿cómo se llaman? fox terrier, cejas frondosas de vejete malhumorado, se parecen a Sean Connery uy que guapo haciendo de coronel británico en la India ¡teniente, prepare el té para las cinco y cuide esos botones! ¡Sí, mi coronel! Bah, ridículo. El camarero ni caso, guapetón vente pacá, primero los guiris, ¿no te jode? En casa no pasan las horas, aquí al menos pasa la gente adónde irán tan ajetreados ¿Quién es más mono que mi bichón habanero? Ninguno, a que sí, uy, a que sí, tiene el pelo lacio, da gusto acariciarlo, a que sí, a qué sí, aquí encima de mi faldita, las dos juntitas, mi potolete, y que bueno es, y educado: sólo ladra a los desvergonzados, di que sí, potolete. No volveré más a esa peluquería, habrase visto, ves con cuidado, niña, no ves como gime, ¡le haces daño, mi niña, que no lo ves! Son unas brutas. Sesenta euros, uf, un timo.